El donut de la plaça Sanllehy
Hoy algo ha cambiado. Esta España del 2000 sigue caminando entre la necesidad pero sin vergüenza. La vergüenza ha tomado la calle.
Hoy algo ha cambiado. Esta España del 2000 sigue caminando entre la necesidad pero sin vergüenza. La vergüenza ha tomado la calle.
Era complicado sobrevivir en la Barcelona de finales de los 70. Vivíamos en una zona muy de barrio, muy cerca de la Plaza Sanllehy. En pleno El Carmel, famoso por aquel tremendo socavón que provocaron las obras del metro. Con sueldos justos pero se subsistía. No faltaba un plato de comida encima de mi mesa o en la de mis vecinos. Clase media, trabajadora. Barrio que despertaba a las 7 de la mañana.
Afortunadamente, como os decía, en mi mesa nunca faltó un plato de comida. Los gallegos nos las arreglamos bien para sacarle jugo a nuestros recursos. En aquella ciudad que acogía a tanto emigrante también olía a hambre aunque nunca se veía por vergüenza. Un día oyendo a Sor Lucía Caram, -sobran las presentaciones-, se me quedó grabada una de sus frases que me hizo retroceder 40 años: “el hambre mata y la vergüenza humilla al hambriento”.
Hoy algo ha cambiado. Esta España del 2000 sigue caminando entre la necesidad pero sin vergüenza. La vergüenza ha tomado la calle. Se sale para decirle al mundo que nadie quiere formar parte de las estadísticas. Que el hambre es inmediata. Es para hoy. Para ahora mismo. La “injusticia criminal del hambre” como dice Sor Lucía ha convertido a los nuevos pobres en recios votantes que han conseguido poner a las instituciones a los pies de los caballos. Ya lo decíamos aquí hace varias columnas. No hay nada más poderoso que la necesidad. A la necesidad no la para nadie.
Cuando leemos que 795 millones de personas padecen hambre en el mundo algo se nos revuelve dentro. Cuando leemos que se produce casi el doble de lo que se requiere para alimentar a toda la población mundial y aún sí hay necesidad es para vomitar. Que ocurra en España no nos llama ya la atención. El hambre se ha institucionalizado.
Vuelvo a echar la vista a la Barcelona de los 70. Vuelvo a mis recuerdos. La imagen de aquella niña a la que mi madre, su maestra, hoy hace 40 años, le dio su donut del desayuno porque la pequeña no le quitó el ojo de encima durante toda la mañana. No lo pidió. Ni siquiera lo suplicó. Era más fuerte la vergüenza que el hambre. Los demás solo jugábamos. Era en plena Plaza Sanllehy de Barcelona.
Mis recuerdos han dejado de ser anécdotas. Desgraciadamente.