¿Hay alguien ahí?

Somos insensibles y morbosos; un binomio, en apariencia, poco soluble pero tan real que retrata a este primer mundo con más frecuencia de la que nos gustaría.

No muy lejos de donde estamos palpita el infierno. Es un tornado de locura que absorbe todo alrededor. Un horror de llantos infantiles lanzando su desesperación a ninguna parte. No muy lejos la sinrazón muerde a dentelladas; pero nosotros no nos levantamos del sofá según el televisor salta de las noticias internacionales al bloque de anuncios y de ahí a la nada catódica. No sé qué resulta más horrible, si la crueldad de un puñado de fundamentalistas reventando un trozo de mundo o la pasividad de quienes lo vemos sin mover el dedo acusador que podría pararlo. Los yihadistas del IS secuestran y comercian con niñas como si fueran ganado, las violan y prostituyen, las vejan empleando todas las opciones que la barbarie humana pueda idear incluyendo un mercado de esclavas, y el resto consentimos espeluznados. Esta hipocresía de la conmoción me aturde.

Somos insensibles y morbosos; un binomio, en apariencia, poco soluble pero tan real que retrata a este primer mundo con más frecuencia de la que nos gustaría. Piensen un instante en ese gesto huidizo de la cabeza que usamos para no contemplar una imagen violenta y entiendan que entraña cierta connivencia, pues el socorro es siempre una obligación humanitaria, más en el caso de los menores. Ignoro si compete a las autoridades supranacionales, si debería intervenir Naciones Unidas, los servicios de inteligencia o la Santa Iglesia Católica, pero alguien tiene que poner freno a este drama. Ni siquiera el temor a espolear al terrorismo islámico con esta injerencia debería de frenar un “basta ya” que clama al cielo. No muy lejos el horror lleva nombre de niña y nosotros aplaudimos a los críos en los programas de televisión como si tal cosa.