La vida en un segundo
El último minuto de junio tendrá 61 segundos. En esa eternidad puede cambiarnos la vida. En el segundo de la duda todo parece posible; el de la certeza, en cambio, nos condena.
El último minuto de junio tendrá 61 segundos. En esa eternidad puede cambiarnos la vida. En el segundo de la duda todo parece posible; el de la certeza, en cambio, nos condena.
Si todo resulta volátil frente a esa medida inamovible que es el tiempo, sorprende que este también deba de ajustarse de cuando en cuando. La tierra gira de forma irregular y nosotros fluimos en medio de un caos que nos fuerza a contar de una manera nueva. Así el último minuto de junio tendrá 61 segundos. En esa eternidad puede cambiarnos la vida.
Un segundo es un beso donde antes no había nada, más que una simple corriente de afecto. Durante un segundo ponemos el pie en el estribo de un tren y dejamos atrás un andén para empezar en cualquier otro sitio. En un segundo arranca ese coche que nos lleva a ninguna parte. Suena el timbre de un teléfono inoculándonos la ansiedad tras conocer una tragedia o entra el mensaje de amor que llevábamos días esperando. En el segundo de la duda todo parece posible; el de la certeza, en cambio, nos condena.
Esbozamos la rúbrica de un contrato o tomamos entre las manos la carta de despido en un mísero segundo. Una mirada emplea ese tiempo en trasladar una invitación de algo más. Y una sonrisa es una promesa de confianza durante ese plazo. En un segundo se introduce un voto en una urna, cuyo resultado trastoca el devenir de un país durante años; lo mismo que tarda un diputado en pulsar el botón verde o el rojo. Gastas incluso aún menos en compartir este texto; en darle un guiño de favorito o en pasar de largo.
En un segundo también se esfuma la luz del semáforo y tú, sin verlo, te lo saltas y al siguiente un automóvil que sí lo advirtió te revienta en pedazos.
Y mientras escribo revolotean segundos musicales alrededor porque a Antonio Vega Una décima de segundo le inspiró un poema.