Una rejilla engañosa
Ella no piensa, ella no protesta, ella nunca dice así no. Ella se cosifica en una rejilla cuyas hebras se deshacen a nuestro antojo.
Ella no piensa, ella no protesta, ella nunca dice así no. Ella se cosifica en una rejilla cuyas hebras se deshacen a nuestro antojo.
La prenda de la imagen es una cárcel de tela a través de la que se ve el mundo compartimentado en cuadrículas. Probé a mirar a través de ella una vez. La sensación de introducir la cabeza en un hosco tejido de algodón que se ciñe a tu cráneo y apenas deja entrever las luces y las formas se convirtió en algo de lo más claustrofóbico. Hace años los periodistas adoptamos este experimento en un gesto de denuncia que luego olvidamos porque la rutina arraiga en las noticias y desestima las urgencias. De este modo con naturalidad las calles de los países árabes se llenaron de burkas como ahora lo hacen de miembros amputados. O de hambrientos niños sin hogar.
La fotografía que inspira mi texto habla de una resolución: prohibir el uso del burka en el Chad porque, amparados bajo su clandestinidad, se han emboscado un par de terroristas de Boko Haram para perpetrar un atentado. Ahora sí, claro. Ahora entienden las autoridades del país que ese ropaje disuasorio a fin de contemplar las formas femeninas puede convertirse en un camuflaje para los impulsos criminales y así el arma que somete las “tentaciones” resultaría mortífera. No se necesitaba ser un licenciado en Harvard para deducir que si no das la cara delinques mejor -Esquilache lo barruntó al prohibir los sombreros de ala ancha en la España del XVII-, pero ni siquiera esto me lleva a la hilaridad, dado que la rabia de corroborar una vez más que la mujer es un objeto lo empaña todo. Aniquilamos los burkas porque a nosotros, “hombres de bien”, no nos gusta que nadie haga el mal escudándose tras ellos. Ella no piensa, ella no protesta, ella nunca dice “así no”. Ella se cosifica en una rejilla cuyas hebras se deshacen a nuestro antojo.