Esperando el fin
os yihadistas del Estado Islámico se cuelan en Europa camuflados entre refugiados procedentes de Oriente Medio. Se nos dice que los refugiados son sirios, se nos pone la foto del niño ahogado y nos rasgamos las vestiduras (17.000 niños menores de 5 años mueren cada día en todo el mundo según UNICEF).
os yihadistas del Estado Islámico se cuelan en Europa camuflados entre refugiados procedentes de Oriente Medio. Se nos dice que los refugiados son sirios, se nos pone la foto del niño ahogado y nos rasgamos las vestiduras (17.000 niños menores de 5 años mueren cada día en todo el mundo según UNICEF).
Los yihadistas del Estado Islámico se cuelan en Europa camuflados entre refugiados procedentes de Oriente Medio. Se nos dice que los refugiados son sirios, se nos pone la foto del niño ahogado y nos rasgamos las vestiduras (17.000 niños menores de 5 años mueren cada día en todo el mundo según UNICEF). Carmena y el Papa Francisco, Rajoy, Maduro, Merkel y la Kirchner se apresuran a acoger a esta oleada de inmigrantes, los más de los cuales quieren encontrar un trabajo en Europa (aunque el continente esté lleno de desempleados) y otros lo quieren hacer volar en pedazos para convertir en tierra de Alá lo poco que quede.
Las redes sociales, donde las ideas falsas se siguen necesariamente las unas de las otras igual que las verdaderas, que diría Benito Espinosa, bullen con fotos y vídeos de niños que explican por qué vienen a Europa y no se quedan en Siria: “Paren la guerra y nos quedaremos en casa”, dice el niño. Y al español medio se le cae la lagrimilla y repite inconscientemente el chiste de Groucho Marx: “Hasta un niño de 5 años lo entendería. Que alguien traiga un niño de 5 años”.
Pero los niños, grandes y pequeños, sólo tienen argumentos de niño, pues creen que la guerra es un capricho de unos señores malvados que las pueden empezar y acabar a voluntad. Es como si su paso por la escuela los hubiese atontado más que ilustrado.
Se habla estos días de Caballo de Troya y con algo de razón, pero esto realmente no tiene ya solución. La degeneración ideológica del populacho ha llegado a tales extremos que las fosas nasales ya no notan el hedor y sólo nos queda decir con Platón, allá en su Carta VII, que ante las desilusiones de la política sólo queda refugiarse en la recta filosofía. Y ni eso nos quedará.