Trapos sucios
Sus ropas colgadas son los jirones de una existencia truncada sin ambages: uno abre la puerta del armario, toma cualquier prenda -un chándal, unos vaqueros, ese par de zapatillas que soporten un peregrinaje más duro que cien Caminos de Santiago juntos- y la cierra como quien da carpetazo a un amor al que hay que dejar atrás porque el destino te obliga a elegir entre él o tú. Durante la fuga los trajes y las corbatas son un lastre en ese viaje a ninguna parte donde la indumentaria es un artificio tan prescindible como frívolo.
Sus ropas colgadas son los jirones de una existencia truncada sin ambages: uno abre la puerta del armario, toma cualquier prenda -un chándal, unos vaqueros, ese par de zapatillas que soporten un peregrinaje más duro que cien Caminos de Santiago juntos- y la cierra como quien da carpetazo a un amor al que hay que dejar atrás porque el destino te obliga a elegir entre él o tú. Durante la fuga los trajes y las corbatas son un lastre en ese viaje a ninguna parte donde la indumentaria es un artificio tan prescindible como frívolo.
O garbanzos negros. O la excepción de una regla limpia. La posibilidad de que entre los refugiados se colaran responsables de la masacre humanitaria que sufre Siria resultó tan real como ese rosario de prendas que pende sobre las cabezas de los que no paran de dar vueltas a la suya.
El Refranero desata miedos antiguos cuando avisa que por la caridad entrará la peste, no obstante nada frena la solidaridad y Europa se llena de tiendas improvisadas repletas de camastros en los que devanar el tiempo.
Contada la noticia es momento de observar la fotografía, porque tanto blanco puede inducir a error. La tela impoluta de las sábanas, las del tejido de las livianas paredes, en realidad forman parte del eufemismo de lo que pretende convertirse en algo aséptico; pero no se concibe limpieza en una huida como la de estos hombres. Sus ropas colgadas son los jirones de una existencia truncada sin ambages: uno abre la puerta del armario, toma cualquier prenda -un chándal, unos vaqueros, ese par de zapatillas que soporten un peregrinaje más duro que cien Caminos de Santiago juntos- y la cierra como quien da carpetazo a un amor al que hay que dejar atrás porque el destino te obliga a elegir entre él o tú. Durante la fuga los trajes y las corbatas son un lastre en ese viaje a ninguna parte donde la indumentaria es un artificio tan prescindible como frívolo. Todo se exhibe sin pudor en el Gran Hermano al que están sometidos. La ropa interior y la externa, la tuya y la mía, en total despreocupación. Al fondo, una difuminada figura masculina pierde la vista en la pantalla de un móvil. En la sociedad tecnológica el teléfono es imperdible.
Estos refugiados, sentados al borde de su vida la ven pasar sin imaginarse cuál será la próxima estación.