Te despiertas alterado, enciendes el móvil y aparece un dinosaurio
Dicen las estadísticas que veintitrés de cada cien adolescentes ingleses interrumpen voluntariamente el ciclo natural del sueño para atender su WhatsApp. A mí me parece que el porcentaje de acróbatas sin cabeza de esta rara ansiedad de luna apunta demasiado bajo.
Dicen las estadísticas que veintitrés de cada cien adolescentes ingleses interrumpen voluntariamente el ciclo natural del sueño para atender su WhatsApp. A mí me parece que el porcentaje de acróbatas sin cabeza de esta rara ansiedad de luna apunta demasiado bajo.
Dicen las estadísticas que veintitrés de cada cien adolescentes ingleses interrumpen voluntariamente el ciclo natural del sueño para atender su WhatsApp. En otras palabras que un chaval de apenas trece años siente la necesidad urgente de saber quién le escribe, qué pasa en su teléfono o por qué no contestan a su ‘wassap’ más reciente en medio de la noche aunque a las dos o las dos y media debería estar dormido e inconsciente. Estos usuarios enfermizos no se separan de una muñeca repeinada que lleva el reloj estropeado y la hora cambiada.
A mí me parece que el porcentaje de acróbatas sin cabeza de esta rara ansiedad de luna apunta demasiado bajo. Deben de ser muchos más los usuarios adictos a las redes en el Reino Unido y el resto de Europa. Y es que hoy en día es imposible caminar por una calle cualquiera del mundo digitalizado sin tropezar con astronautas imberbes hiperconectados a Ground Control como réplicas nostálgicas de comandantes Tom sonámbulos y perdidos en una gran Vía Láctea plagada de mensajes, alarmas y cables.
No supimos verlo y se nos vino encima. No fue la radio ni fue la televisión. Fuimos nosotros que no hicimos nada cuando teníamos que haber hecho algo. Ocurrió en el momento en que los niños enmudecieron y dejaron de pedirnos los juegos de mesa. Renegaron del tablero de la oca y del monopoly. Nosotros nos dedicamos a nuestras cosas mientras ellos miraban absortos las pantallas de un videojuego. Al final quisieron un teléfono que fue su juguete y su mascota. Se volvieron nerviosos y coléricos de repente. Nosotros no entendimos el origen de esa tensión de equilibrista impaciente. Al despertar todavía aparece la bestia de la que habla Monterroso.