Un poquito de Napalm, rubia
una rubia del este enfundada en un vestido rojo (más bien vulgar) ha sido quien esta semana ha informado sin una voz más alta que otra que van a llover bombas sobre Siria». Pide un taxi, Ekaterina
una rubia del este enfundada en un vestido rojo (más bien vulgar) ha sido quien esta semana ha informado sin una voz más alta que otra que van a llover bombas sobre Siria». Pide un taxi, Ekaterina
Creo que fue Hitchcock el primero que plantó en la gran pantalla (al menos, tan evidentemente) la fascinación que nos produce (lo siento, Monica) la gelidez de una rubia fría y calladita: “Las mujeres inglesas, las suecas, las alemanas del norte y las escandinavas son más interesantes que las latinas, las italianas o las francesas. El sexo no debe ostentarse. Una mujer inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montar en un taxi con usted y, ante su sorpresa, desabrocharle la bragueta».
También del mismo pie cojeaba nuestro Luis Buñuel, fascinado (y quién no, Don Luis) por el hieratismo imposible de su Belle de Jour particular: Catherine Denueve. “A una calavera de mujer”, tan gélida, tan intangible, tan (poco) nuestra.
Y precisamente una rubia del este enfundada en un vestido rojo (más bien vulgar) ha sido quien esta semana ha informado —sin una voz más alta que otra— que “van a llover bombas sobre Siria». Pide un taxi, Ekaterina.