THE OBJECTIVE
Jaime Mariño Chao

Buena estrella

Asoma la medianoche cuando, casi llegando al hotel, de un callejón oscuro sale un muchacho desgarbado, sombrío, tenebroso, como un acorde grave de violonchelo.

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Buena estrella

Asoma la medianoche cuando, casi llegando al hotel, de un callejón oscuro sale un muchacho desgarbado, sombrío, tenebroso, como un acorde grave de violonchelo.

A las diez de la noche ya hace varias horas que las calles de Salzburgo están desiertas, pero este sábado de octubre está sorprendentemente cálido y nos susurra una invitación a caminar; así que dejamos atrás la famosa Getreidegasse, cruzamos el río y nos vamos alejando de la ciudad hacia nuestro hotel en las afueras.

Conversamos mi esposa y yo sobre nuestra mala estrella. Meses soñando con este viaje, escogiendo un concierto para disfrutar en la ciudad de Mozart, ahorrando café a café hasta reunir lo necesario y comprar las entradas para que, ayer mismo, las tirásemos por error a la basura en la abadía de Melk. De nada sirvió rezar a fray Guillermo de Baskerville, no dio resultado, las entradas no aparecieron ¡penitenciagite! Mala estrella.

Asoma la medianoche cuando, casi llegando al hotel, de un callejón oscuro sale un muchacho desgarbado, sombrío, tenebroso, como un acorde grave de violonchelo. Algo me pone en alerta inmediata. Mala estrella, pienso.

De repente, una sonrisa ilumina su rostro y todo se disipa. Nos pregunta por cómo llegar a Salzburgo en un inglés muy correcto. Me extraña mucho que no tenga ni idea de dónde se encuentra, pero le indicamos con amabilidad y empatía el rumbo. Se despide con otra sonrisa y camina con alegría.

Nos quedamos pensativos. Avanzamos un par de manzanas más y dos sucios y arrugados folletos en el suelo llaman nuestra atención. Los miro una y otra vez y no hay duda: son dos invitaciones para un concierto de ópera en la catedral de Salzburgo. Gratis, como caídos del cielo. Y no se trata de un concierto para turistas, sino de los mejores tenores y sopranos, una gran orquesta y un gran coro.

Al día siguiente vamos al concierto: extraordinario, emocionante, lleno de fuerza, en un marco de enorme belleza, de lo mejor que he visto. Para su clausura habla el alcalde, habla el arzobispo, habla el director de orquesta, habla el organizador del acto y, finalmente, habla, el último refugiado sirio llegado a la ciudad como representante simbólico de todos ellos.

Es el muchacho que encontramos anoche. Sube al escenario. Estamos en primera fila. Nuestras miradas se encuentran, nos reconoce y sonríe. Buena estrella, pienso, buena estrella.

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