¡A DUBAI!
Me imagino la escena: «papá, te llama la policía. Quieren hablar personalmente contigo». Papá se levanta y coge el teléfono: «¿es usted feliz?» Contesta: «hombre, ya sabe usted. Feliz, lo que se dice feliz del todo, nadie. Tengo mis cosas». El agente continúa: «le envío inmediatamente un cuestionario, porque estamos erradicando todo tipo de infelicidad».
Me imagino la escena: «papá, te llama la policía. Quieren hablar personalmente contigo». Papá se levanta y coge el teléfono: «¿es usted feliz?» Contesta: «hombre, ya sabe usted. Feliz, lo que se dice feliz del todo, nadie. Tengo mis cosas». El agente continúa: «le envío inmediatamente un cuestionario, porque estamos erradicando todo tipo de infelicidad».
Me imagino la escena: «papá, te llama la policía. Quieren hablar personalmente contigo». Papá se levanta y coge el teléfono: «¿es usted feliz?» Contesta: «hombre, ya sabe usted. Feliz, lo que se dice feliz del todo, nadie. Tengo mis cosas». El agente continúa: «le envío inmediatamente un cuestionario, porque estamos erradicando todo tipo de infelicidad».
Papá cuelga, preocupado. No sabe si la llamada ha sido en serio o en broma. No sabe por qué ha dicho lo que ha dicho, en vez de contestar: «¿feliz yo? ¡Felicísimo!».
Así habría contribuido a que Dubai apareciera entre los más felices del mundo y, sobre todo, se habría ahorrado muchas molestias: llenar el cuestionario, descubrir que es más burocráticamente infeliz que lo que él pensaba, enterarse de lo que el gobierno ha decidido que él haga para ser feliz y luego, hacerlo.
No sé cómo se medirá el grado de felicidad a que papá debe llegar -o decir que ha llegado- para conseguir que el gobierno sea bien calificado en el ranking mundial de la felicidad. Y -mal pensado que soy de vez en cuando-, para que le reelijan en las próximas elecciones, aunque -ignorante que es uno- no sé si en Dubai hay elecciones.
En España habrán leído hoy esta noticia. Como, de aquí al 20 de Noviembre vea que alguien de algún partido me habla de lo preocupados que están por mi felicidad y que me van a llamar, grabo un mensaje en el teléfono que diga: «largaos a Dubai y dejadme ser infeliz, que me gusta mucho».
Aunque les estropee las estadísticas.