THE OBJECTIVE
Miguel Aranguren

El puerco catalán

Al paso que vamos con las recomendaciones de la OMS, los secesionistas catalanes se van a quedar sin butifarra que meter en el bocadillo. En vez de conejo y pollo para acompañar al calsot, estos nacionalistas de camisa negra (y aún los nuevos nacionalistas-comunistas-anarquistas, barbudos y mal olientes), tendrán que recurrir a las barritas del capitán Pescanova, que con salsa romesco tal vez les traigan el eco del patio de una masía en la que se reúne una familia independentista de las de toda la vida, ahogando en la almendra nacional (me refiero a la almendra catalana, faltaría más) su sabor inconfundible de fábrica de congelado gallego.

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El puerco catalán

Al paso que vamos con las recomendaciones de la OMS, los secesionistas catalanes se van a quedar sin butifarra que meter en el bocadillo. En vez de conejo y pollo para acompañar al calsot, estos nacionalistas de camisa negra (y aún los nuevos nacionalistas-comunistas-anarquistas, barbudos y mal olientes), tendrán que recurrir a las barritas del capitán Pescanova, que con salsa romesco tal vez les traigan el eco del patio de una masía en la que se reúne una familia independentista de las de toda la vida, ahogando en la almendra nacional (me refiero a la almendra catalana, faltaría más) su sabor inconfundible de fábrica de congelado gallego.

Al paso que vamos con las recomendaciones de la OMS, los secesionistas catalanes se van a quedar sin butifarra que meter en el bocadillo. En vez de conejo y pollo para acompañar al calsot, estos nacionalistas de camisa negra (y aún los nuevos nacionalistas-comunistas-anarquistas, barbudos y mal olientes), tendrán que recurrir a las barritas del capitán Pescanova, que con salsa romesco tal vez les traigan el eco del patio de una masía en la que se reúne una familia independentista de las de toda la vida, ahogando en la almendra nacional (me refiero a la almendra catalana, faltaría más) su sabor inconfundible de fábrica de congelado gallego. La romesco,  después de la llantina y el victimismo al 3%, es lo mejor que ha salido de la cocina de ese paraíso de barretina y estelada, con perdón a tantísimos cocineros que bordan la humilde salsa majada sin entrar en pataletas ni amenazas, y eso que hunden sus raíces, sus sentimientos, su habla y su cultura -que también es la nuestra-, en las cuatro provincias de España más castigadas por la majadería chovinista.

La Organización Mundial de la Salud acaba de poner bajo las cuerdas al marrano catalán, protagonista de la charcutería de larga tradición, base en la mesa de toda familia española que no se molesta en leer los etiquetados de trazabilidad, porque le importa un bledo si el porcino ha estudiado a Miguel de Cervantes o a Ramon Llul en su camino de la paridera al matadero. Si la carne es cancerígena, el nacionalismo también y de mayor agresividad, pues sus células malignas no son causa del enloquecimiento de los tejidos que antes cumplían mansamente la función para la que habían sido creados, sino de la falacia histórica convertida en mandamiento más dictatorial que los Principios del Movimiento. Y eso, no hay quimio que lo limpie.

Cataluña es una gran industria cárnica, una fiesta de la manufactura comestible, una bomba de relojería de aditivos y conservantes para salchichas, fuet, salchichones, patés, fuagrases, sobrasadas y todo tipo de elaboraciones animales con sello “made in Cat”, capaces de desguazar el ayuno de toda una cuaresma. Los puercos destinados a terminar el fulgor de sus días envueltos en tripas sintéticas, respiran tranquilos: la OMS –tan oportuna- ha decidido unir sus fuerzas a las de los políticos “legitimados por las urnas”, para acabar de una vez con la historia de un pueblo, la razón de un pueblo y la grandeza de un pueblo al que con una mano han mareado con lamentos propios del tango, mientras con la otra le robaban la cartera al compás de una comisión.

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