Catedrático de lluvias
El hecho de que la lluvia fuese una constante hacía que las madres mantuviesen una distancia ética y estética con respecto a un hecho: que los niños se mojasen. He visto que en Madrid, un niño mojado por la lluvia desata las alarmas familiares.
El hecho de que la lluvia fuese una constante hacía que las madres mantuviesen una distancia ética y estética con respecto a un hecho: que los niños se mojasen. He visto que en Madrid, un niño mojado por la lluvia desata las alarmas familiares.
Vine al mundo en una aldea de Lugo, así que comprenderán que uno de los recuerdos permanentes de mi infancia sea la lluvia. Llovía cuando fui al colegio por primera vez; llovía cuando jugábamos al fútbol; llovía cuando planeabas salir a dar un paseo con una chica; hasta recuerdo que llovía casi todos los años en el día del patrón, cosa que tiene mérito porque el patrón es San Roque, es decir, el 16 de agosto.
Se podrá pensar: ¡qué monótona, la lluvia, siempre lo mismo! Pero eso, amigos, puede ser que pase en tierras de secano; en Galicia la lluvia no es aburrida, es variada, hasta entretenida.
Porque puede llover “un torbón” (lluvia repentina y fuerte de corta duración), o puede “barruzar” durante días (la lluvia fina, casi imperceptible); puede “estar pingotando” (caer esas gotas gordísimas y congeladas) o venir una “coriscada” de esas que te deja mal cuerpo (una tormenta con mucho viento que trae el agua de través).
El hecho de que la lluvia fuese una constante hacía que las madres mantuviesen una distancia ética y estética con respecto a un hecho: que los niños se mojasen. He visto que en Madrid, un niño mojado por la lluvia desata las alarmas familiares. En Lugo, cuando llegaba empapado a casa, chorreando la ropa, el pelo y la cartera del colegio, decía: “mamá, estoy empapado”; a lo que ella contestaba serena: “bueno, ya te secarás, es solo agua”.
Llevo ocho años en Madrid y sigo asomándome a la ventana cuando llueve. Estudio las gotas, su dirección, fuerza, caída, caudal, saco la mano para calibrar su temperatura y, si no es suficiente, salgo al patio para sentirla en la cara. Entonces, entro en casa y mirando a mi castellana esposa sentencio: eso que está cayendo es un torbón.
Ella me mira alarmada: ¿pero otra vez lo mismo? ¡Estás empapado!
Y, como un digno catedrático de lluvias, sintiéndome depositario de una sabiduría druídica, contesto:
– Ya me secaré, mujer, es solo agua.