Presenten armas

Los franceses siempre han presumido de un patriotismo que tras los atentados parisinos nos ha espoleado a todos.

La patria es un estado de ánimo. Un talante contagioso que exacerba al ciudadano y nos hace partícipes de un ideal. Los franceses siempre han presumido de un patriotismo que tras los atentados parisinos nos ha espoleado a todos. “Je suis Paris” gritábamos en las redes creyendo a la Torre Eiffel tan nuestra como la del Oro, porque los islamistas han logrado lo imposible para la UE o el euro: unirnos frente a un enemigo común al que debemos combatir con unas armas sobre las que, eso sí, no sostenemos la misma unanimidad salvo que fuesen las de la fotografía.

Un sujetador sí es un arma de destrucción masiva.

Su elección antes de abrazar los barrotes de la ventana no obedeció a la premura de quien busca los colores de su bandera en el cajón y no encuentra más tela que la blonda, pues adivino la perversión de quien sabe que esa imagen ataca de pleno a una moral fundamentalista que condena a la mujer bajo un burka. Pura venganza femenina: no mirarás mi rostro, pero yo te enseñó la ropa interior.

Las copas vacías de un sujetador saben a promesa, a pasión en vías de serlo. A libertad y autodeterminación. Y llego a percibir en ellas mayor desnudez que en unos calzoncillos, a los cuales tendemos a confundir con pantalones de deporte. Por contra un sujetador fuera de sitio –más aún sostenido entre dos dedos- representa un reclamo para el varón heterosexual; todo un alegato fetichista incluso para un muyahidín que juzga la provocación como el ataque de una “depravada” sociedad a su “inefable mundo de orden”. La declaración de guerra de un Occidente, a su entender podrido.

El presidente Hollande dijo “colgad la bandera” y el pueblo sacó el alma por las ventanas.