La chispa de la vida
“Al mundo entero quiero dar, un mensaje de paz” rezaba el estribillo con el que un grupo intercultural de jóvenes anunciaba la Coca-Cola, hace cuatro décadas. Estamos en tiempos de campaña navideña – también electoral, ¡cómo olvidarse!- y la imagen de una muchedumbre iluminando la oscuridad con las pantallas de sus smartphones ha rescatado del baúl de los recuerdos una sensación parecida al olor de las sopitas de la abuela. La imagen de aquella muchachada buenrollera que, anunciando El Refresco americano componían la estampa de un árbol de navidad, cantando con velas encendidas en sus manos. Aquel anuncio buenrollero de los años 70 creado por la agencia McCann, acababa con una estampa en la que deseaban Paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad, amalgamados por uno de los símbolos más internacionales de Norteamérica: las chispeantes burbujitas de un refresco de cola dentro de una curvilínea botella de formas femeninas.
“Al mundo entero quiero dar, un mensaje de paz” rezaba el estribillo con el que un grupo intercultural de jóvenes anunciaba la Coca-Cola, hace cuatro décadas. Estamos en tiempos de campaña navideña – también electoral, ¡cómo olvidarse!- y la imagen de una muchedumbre iluminando la oscuridad con las pantallas de sus smartphones ha rescatado del baúl de los recuerdos una sensación parecida al olor de las sopitas de la abuela. La imagen de aquella muchachada buenrollera que, anunciando El Refresco americano componían la estampa de un árbol de navidad, cantando con velas encendidas en sus manos. Aquel anuncio buenrollero de los años 70 creado por la agencia McCann, acababa con una estampa en la que deseaban Paz en la Tierra a todos los hombres de buena voluntad, amalgamados por uno de los símbolos más internacionales de Norteamérica: las chispeantes burbujitas de un refresco de cola dentro de una curvilínea botella de formas femeninas.
¿Qué queda de aquel sueño que la marca nos vendió, con una de las mejores campañas de marketing de la historia de la publicidad? De aquella paz embotellada, presta para compartir con cualquier sediento de todas partes del planeta, ¿qué queda? De aquella chispa de la vida edulcorada bajo la fórmula secreta mejor guardada del mundo -se dice que los ejecutivos de la compañía nunca viajaban juntos para salvaguardarla en caso de accidente-, ¿qué queda? En los tiempos que EEUU vendía una imagen de embajadores de la Paz, madres como la mía nos advertían que nunca aceptáramos caramelos de desconocidos a la puerta del colegio. Parece ser que los caramelos que sí nos comimos fueron los que avispados desconocidos nos vendían a través de la televisión. Poco queda de aquel mensaje, teniendo en cuenta que hoy día las fórmulas secretas van destinadas a otros fines menos buenistas.
Hoy, en la sociedad más interconectada de la Historia, se ha creado una distancia insalvable entre ideologías radicales, engordada por campañas mediáticas. Vivimos en la sociedad más comunicada, informada y educada, pero al mismo tiempo padecemos de incomunicación, desinformación y mala educación. Ni siquiera nuestros teléfonos inteligentes pueden venir en nuestra ayuda, desde que descubrimos lo fácil que es hacernos fotos a nosotros mismos con un móvil en la mano y nos enamoramos de nuestro metro cuadrado. Será que al recordar los caramelos alucinógenos que nos ha vendido la publicidad, regados de almibarada felicidad que no siempre existe, suenan más realistas estas estrofas: “Si en tu camino sólo existe la tristeza/y el llanto amargo de la soledad completa,/ven, canta, sueña cantando,/vive soñando el nuevo Sol/en que los hombres/volverán a ser hermanos.”
Es el Himno de la Alegría. Y en estos tiempos de tristeza, entender la conquista de la alegría suena mucho más creíble.