Soy un visitante asiduo del 1.600 de Pennsylvania Avenue, un lugar al que acudo casi cada día y siempre encuentro contenidos de gran interés. Me refiero a la Casa Blanca, claro. Lamentablemente tengo que decir que mis visitas, por el momento, son virtuales; es decir, a través de la página web, pero no descarto ser invitado en breve, quien sabe.
Por mis obligaciones laborales, visito también a menudo nuestra querida Moncloa y, día a día, constato la inmensa distancia en comunicación que nos separa de POTUS. Haga lo que haga Obama, como, por ejemplo, visitar una librería con sus hijas, parece natural, abierto, sencillo, verdadero. La comunicación con los ciudadanos es fluida y no parece fingida o impostada, y la forma de extenderlo en las redes sociales es potente y exponencial.
Por ejemplo, una de las escritoras escogidas por las hijas de Obama, Natalie Lloyd, autora de “A Snicker of Magic” dio las gracias a “Mr. President” en Twitter comenzando así una conversación con los libreros que le recomendaron directamente su obra. El tema derivó hacia la importancia de contar con buenos profesionales en el pequeño comercio y en que debe potenciarse un comercio basado en la proximidad y especialización. Qué curioso: eso es exactamente lo que se buscaba desde el gobierno con esa jornada de compras sabatinas del presidente y su familia.
Todas las secciones son excelentes. La que llaman “foto del día” es siempre fresca y sorprendente, lejos de los envaramientos monclovitas. Encuentras rápido toda la información que necesitas: desde los discursos y la agenda hasta un tour virtual por el ala oeste. Y se suman cosas como el detalle de todas y cada una de las obras de arte que hay en la Casa (se ve que no se olvidan de que son de todos los contribuyentes).
Mientras tanto, en la vieja España, la página de La Moncloa tiene un gris aire funcionarial que la hace poco atractiva. Vídeos apocados del Consejo de Ministros alternan con fotos como de feria de IFEMA, rodeados de noticias de inauguraciones varias e informaciones que, al leerlas, te entra una tristeza plúmbea de subsecretario interino.
Claro que la materia prima para trabajar tampoco es nada especialmente apasionante. Un día nuestro presidente se sube a un banco para dar una charla, otro juega al dominó con unos colegas…
Es claro que necesita un cambio. Mariano, llámame.
(Variantes: Albert, Pablo, Pedro, llamadme).