Una grieta de matices

Los desplantes con que me obsequiaste cada día; el imperio de la mentira que soporté estoicamente; el asalto a los cielos que se quedó en un simple robo con escalo, amén de todas aquellas verdades que, bien mirado, no pasaron de ser mentiras con cierto gracejo, han supuesto el decorado de un año que agoniza en el calendario. En mi alma.

Todas esas grietas vistas desde la distancia adecuada, podrían pasar por simples bromas del destino, de forma que sólo se tendría que discernir el grado de pesadez de las mismas para optar por una terapia entre pastilla o polvos efervescentes. Siempre con un vaso de agua.

Como quiera que no soy un pesimista recalcitrante ni un optimista con demencia, acudo a mis viejos amigos de quienes siempre aprendo algo. Así, están aquellos que opinan que el próximo año será el del cambio definitivo, (el número doscientos) mientras que otros no tienen la menor duda cuando aseveran que de este esperpento sólo hemos visto los títulos de crédito (son muy aficionados al cine). De acuerdo, la cosa no mejora y de Nostradamus ya se sabe.

Aunque de 2016 nunca he esperado nada bueno (soy un entusiasta del año 2020) me niego a rendir mis naves por muchas adversidades que me depare la singladura o por unas simples grietas en las cuadernas. Esos contratiempos no deben entenderse como señales de un naufragio inminente. Tal vez sean una oportunidad de cambio. Una alerta para reparar la goleta en el dique seco adecuado, calibrar el sextante, sustituir a parte de la tripulación (deshacerse de timoratos y cantamañanas) y trazar un nuevo rumbo:

-“Capitán ¿hacia dónde?”
-“En dirección al horizonte. Siga a ese grajo.”
-“Cuando digo Bounty no me refiero a un dulce”