¡Cuidado con el esperpento!
Les salió bien con Ronald Reagan. Les salió bien con Bush padre y con Bush hijo. Pero les estoy hablando de una era geológica remota. De una época antes de la era de las redes sociales, antes de los programas cómicos como usinas exclusivas de información para millones, antes de las práctica desaparición para amplias capas de la población de noticias que no sean entretenimiento.
Les salió bien con Ronald Reagan. Les salió bien con Bush padre y con Bush hijo. Pero les estoy hablando de una era geológica remota. De una época antes de la era de las redes sociales, antes de los programas cómicos como usinas exclusivas de información para millones, antes de las práctica desaparición para amplias capas de la población de noticias que no sean entretenimiento.
El sistema funcionaba así: el Partido Republicano quería volver al poder con un candidato ultraderechista. Los multimillonarios dueños del país y donantes del partido querían extender aún más la ley de la selva. Pero para que su candidato fuera visto como progresista, moderado, representante de toda la nación, le inventaban un contrincante tan extremo que a su lado, Reagan y los Bush parecían de centro. Así era Pat Buchanan. Así era Alan Keys.
La estrategia se parecía a la de los equipos del Tour de Francia. En el comienzo de las larguísimas primarias un loco salía disparado y el pelotón lo seguía. El líder avanzaba a paso seguro, y cuando todos se habían cansado de perseguir al demente, el líder ocupaba su lugar. En ese tiempo, donde la mayoría de la población se informaba por los diarios, las radios de noticias serias y los informativos de la noche de los grandes canales, Donald Trump hubiera ocupado ese lugar de divertido extremista. Después el candidato avalado por los grandes poderes – Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush u otro – daría el paso del mundo de los chistes y la vergüenza ajena al de la alta política.
Pero a esta altura los mandamases de la derecha dura estadounidense deben haberse dado cuenta ya de su error. El tupé esponjoso de Trump no baja. Para una franja enorme y creciente de la población, no hay más política que el entretenimiento ni más información que el insulto sin fundamento. Trump tiene su propio dinero y puede seguir en campaña cuanto quiera. Y ya no es vergonzante querer ser como él. Es rico, es atrevido, es triunfador. Se ríe de su impresionante mal gusto. Sus chistes xenófobos, machistas, racistas y soeces son vistos como un discurso de valentía políticamente incorrecta.
Ahora se alía con Sarah Palin, que ahuyentó millones de votantes en la campaña de los republicanos hace ocho años. Dobla la apuesta. En la sociedad del espectáculo brutal, Trump sabe que tiene que hacerla y decirla cada vez más gorda. No puede quedarse con las burradas del mes pasado.
Lo más terrible no es que los mandarines republicanos hayan calculado mal y se estrellen con su candidato payaso que cautiva a la derecha dura pero no cala entre los indecisos y los independientes. Lo peor sería que hayan entendido bien el cambio de época. Y que el loco fascista sea el verdadero candidato. Y que tengan razón y que gane.