THE OBJECTIVE
María Ibañez y Jesús Jiménez

¿Somos robots biológicos? Pues... no

Los involucrados e interesados en los asuntos del cerebro y la mente vamos de salto en sobresalto, según van apareciendo los nuevos descubrimientos en neurociencia.

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¿Somos robots biológicos? Pues… no

Los involucrados e interesados en los asuntos del cerebro y la mente vamos de salto en sobresalto, según van apareciendo los nuevos descubrimientos en neurociencia.

Son tiempos dulces para estas disciplinas, que estudian la estructura y funcionamiento del sistema nervioso. Con la aplicación de las técnicas más avanzadas de neuroimagen (FMRl) se logran obtener imágenes en tiempo real de la actividad del cerebro mientras se realizan diferentes tareas, como mover una mano o recordar situaciones dolorosas.

Esta posibilidad ha multiplicado los estudios que intentan descubrir el funcionamiento del cerebro, con fines que serán beneficiosos para el ser humano, y también otros fines que no parecen tan amables (léase neuro-marketing).

¿Por qué los sobresaltos?

Pues porque si bien muchos descubrimientos son espectaculares, muy interesantes y reveladores…, las conclusiones que algunos investigadores extrapolan a partir de sus estudios, y también algunos divulgadores científicos, son espeluznantes.

La hormona a la que hace referencia la noticia en The Objective es la oxitocina, también llamada la «hormona de la moral» y del «amor afectivo». La controversia en el mundo científico sobre si esta hormona es la responsable del amor, choca frontalmente con otros estudios que aseguran que esa misma hormona puede intensificar la negatividad de un recuerdo, e incluso aumentar la probabilidad de una respuesta agresiva y violenta.

No cabe duda que un mayor conocimiento del funcionamiento de nuestra materia gris traerá beneficios en muchos aspectos, de la medicina y la psicología por ejemplo, pero el ser humano no se puede subordinar a una hormona.


La serenidad del sentido común

Piénselo despacio. La complejidad del ser humano, sus alegrías, contradicciones, capacidad de reír y llorar, de empatizar con otros seres humanos, de mostrar afecto y compasión, de preguntarse quién es; la capacidad de aprender y comprender la vida, sus errores y sus aciertos, la sabiduría y el discernimiento, la capacidad de percibir la parte trascendente de la vida,… todo esto no puede atribuirse al cerebro. Igual que no hacemos responsable de caminar a las piernas, aunque sean necesarias para hacerlo.

Antes eran las conexiones neuronales, después las ondas cerebrales y ahora las regiones activadas en tiempo real por mayor consumo de oxigeno… El conocimiento del sistema nervioso se va refinando, pero tiene un límite. El cerebro, con su compleja estructura y funcionamiento, no deja de ser el soporte físico en el que la conciencia se apoya para manifestarse, para expresarse y aprender.

Sobre la existencia de la conciencia, o el alma si se quiere, es un asunto que no se puede someter al método científico, pues no se puede escanear. En realidad no es difícil darse cuenta de que existe, independiente del cuerpo, sólo se requiere examinar el tema sin prejuicios, con una mente científica, y con curiosidad.

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