Europa sigue siendo la solución
“Bruselas tiene 1,2 millones de habitantes y 6 cuerpos de Policía diferentes, cuya coordinación es muchas veces nula. El intercambio de información a nivel federal y local es manifiestamente mejorable. Bruselas tiene 19 comunas (agrupación de barrios), cada una con su propio alcalde y sus operativos”. Este relato, trazado por Pablo R. Suanzes –corresponsal en Bruselas de ‘El Mundo’- durante la persecución en la capital belga de los sospechosos de haber participado en los atentados yihadistas de París el 13-N, complementa el dibujo de la foto que abre este texto: el caos organizativo de la Unión Europea respecto a su propia seguridad.
“Bruselas tiene 1,2 millones de habitantes y 6 cuerpos de Policía diferentes, cuya coordinación es muchas veces nula. El intercambio de información a nivel federal y local es manifiestamente mejorable. Bruselas tiene 19 comunas (agrupación de barrios), cada una con su propio alcalde y sus operativos”. Este relato, trazado por Pablo R. Suanzes –corresponsal en Bruselas de ‘El Mundo’- durante la persecución en la capital belga de los sospechosos de haber participado en los atentados yihadistas de París el 13-N, complementa el dibujo de la foto que abre este texto: el caos organizativo de la Unión Europea respecto a su propia seguridad.
La foto precisa de otro trazo: Este mismo lunes, y en otro ámbito, la UE decidió arrancar el proceso que permitirá prolongar hasta 2018 los controles fronterizos puestos en la zona Schengen. Una decisión que “es, en cualquier caso, la constatación del fracaso de las iniciativas nacionales y europeas para dar respuesta al mayor movimiento de personas en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial”, como explicaba Beatriz Navarro en ‘La Vanguardia’ el martes 26 de enero.
Estos dos trazos y esta imagen, vagamente unidas, componen la imagen de la Unión Europea hoy. Una unión ‘sui generis’, donde lo local pesa todavía más que lo continental, debilitada por la falta de fe en la misma de sus miembros. Contradictoria y cuestionada, tanto en sus aciertos como en sus errores, por sus habitantes. Una Europa que, con el añadido de la crisis del Euro, el debate sobre el Brexit, la discusión polaca y las dudas que suscita -¿suscitaba?- Grecia se retrata como un proyecto en crisis que –quizá lo hayamos olvidado- nació para poner fin a siglos de enfrentamiento, muerte y guerra en el corazón del continente.
La Unión Europea es imperfecta, sí, pero sobre todo es desconocida. Otro de los condicionantes a la hora de contemplarla es que a menudo olvidamos que los beneficios que comporta se componen de muchas de las cosas que damos por supuestas. Uno de ellos es que la UE, en esencia, es una gran negociación. Y como tal, es una obra inconclusa: podemos hacer de ella, a través del acuerdo, lo que nos plazca. Pero hasta que no reparemos en que el debate no debe sustentarse en las particularidades y diferencias, sino en crear con generosidad -¡con generosidad!- un gran espacio en común, mucho mayor del que existe ahora, no caeremos en la cuenta de que, aun en estos días tristes, Europa sigue siendo la solución.