Válvulas de escape
Me gusta ir de vez en cuando a la biblioteca del barrio para encontrar ese momento de concentración que en la vorágine del día a día es difícil localizar. Y el otro día mientras tomaba asiento y entraba de lleno en esa atmósfera cálida y silenciosa quise hacer una panorámica del lugar. Los visitantes efímeros, los jóvenes que aún no se han dado el bofetón de la realidad; los que ya hemos entrado de lleno en el mercado y luego muy concentrados los que más me cautivan: ratones de biblioteca de cuarenta para arriba. Allí están, con su ceño fruncido, su tesón por hincar codos o al menos aprender. Tengan 30, 40, 50. Qué valor, hombre.
Me gusta ir de vez en cuando a la biblioteca del barrio para encontrar ese momento de concentración que en la vorágine del día a día es difícil localizar. Y el otro día mientras tomaba asiento y entraba de lleno en esa atmósfera cálida y silenciosa quise hacer una panorámica del lugar. Los visitantes efímeros, los jóvenes que aún no se han dado el bofetón de la realidad; los que ya hemos entrado de lleno en el mercado y luego muy concentrados los que más me cautivan: ratones de biblioteca de cuarenta para arriba. Allí están, con su ceño fruncido, su tesón por hincar codos o al menos aprender. Tengan 30, 40, 50. Qué valor, hombre.
Gente normal. Que sale de ese reducto de paz para llegar a casa, encender la televisión y encontrarse poco más que bustos parlantes sentados en sus sillones del Congreso de los diputados. A un Gobierno que dice que “el Partido Popular es el que más ha luchado contra la corrupción”. A una oposición miedica por un lado y antisistema por otro que se ha puesto un tupido velo y que no se corta en demostrar a todos los que le han votado que les importa bastante poco lo que le ocurra a este país. Ya lo hicieron en campaña. Y para votar hay que ser mayor de edad y con las mismas lo ejercimos. Pero les siguen saltando los casos. Cuando lo hacen.
El maremoto valenciano. “Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”, dictó Horario con vehemencia. Es el tatuaje fundido en su logo como el marcado a una res. El que el partido aceptó tarde y mal. El que han aprovechado desde la izquierda para tomarlo como único punto de programa.
La panorámica de la política no tiene nada que ver con la de la biblioteca del barrio. Donde la cultura, tan maltratada hoy en un país que supo mecerla bien, ha quedado destetada y abandonada para los más afortunados. ¿O inteligentes? La estampa de la sala atiborrada de libros, pese a todo, reconforta.