Excitad@s
Hace unos días pregunté al doctor Facundo Manes, neuro científico argentino, si sabría distinguir un cerebro masculino de otro femenino fuera de su carcasa. El investigador, conocido divulgador que, como anécdota, tuvo en sus manos el cerebro de Cristina Kirchner, reconoció que no. Ningún forense certificaría su procedencia entre otras cosas porque un cerebro inane revela poco de lo que fue. No obstante sí se aventuró con un detalle cargado de intención: el cerebro femenino tiene una mayor disposición para lo emocional.
Hace unos días pregunté al doctor Facundo Manes, neuro científico argentino, si sabría distinguir un cerebro masculino de otro femenino fuera de su carcasa. El investigador, conocido divulgador que, como anécdota, tuvo en sus manos el cerebro de Cristina Kirchner, reconoció que no. Ningún forense certificaría su procedencia entre otras cosas porque un cerebro inane revela poco de lo que fue. No obstante sí se aventuró con un detalle cargado de intención: el cerebro femenino tiene una mayor disposición para lo emocional.
Que la mujer siente en superlativo pertenece a la obviedad. Además de percibir las emociones es capaz de ampliar su abanico tanto como para sumar matices que se escapan a los demás. La duda ansiosa, la alegría tamizada por un poso de tristeza, esa rabia que embrida el orgullo, el deseo… ¿el deseo irrefrenable? ¿Ese que agita las tripas y nos lleva a la cama sin contar los pasos? Aquí se cuela cierta duda.
Si cualquier emoción germina en el cerebro y va creciendo y creciendo hasta reventar por los ojos o la boca, en el caso femenino ¿sucede igual con el apetito sexual? Parecería una pregunta retórica pues ese anhelo se comparte por ambos sexos pero, ¿cómo explicar que ellas no sean adictas al cine adulto o que no coleccionen fotos de miembros masculinos más que para mofarse de lo que tienen en casa? La doctora Meredith Chivers, de la Universidad de Queen, ha zanjado la disquisición al demostrar que si bien una mujer registra una excitación corporal ante estímulos visuales, en la práctica algo entorpece la necesaria transmisión al cerebro para que no identifique ese deseo y se comporte en consecuencia, lo que no acontece en el hombre donde la excitación genital y la mental son indisolubles. Es decir, están excitadas pero no lo saben.