Aquello que la máscara no esconde
El carnaval ha perdido todos sus beneficios terapéuticos (“no es lo que fue”, sentencian los más viejos del lugar) y se ha convertido en un ritual lleno de lugares comunes; en una prolongación de las miserias que rodean la existencia. Cuando termina, lo único claro que deja tras su paso son los vestigios de una maldita resaca. Nada ha sido exorcizado porque los demonios siguen ahí fuera mostrando una salud a prueba de maquillaje.
El carnaval ha perdido todos sus beneficios terapéuticos (“no es lo que fue”, sentencian los más viejos del lugar) y se ha convertido en un ritual lleno de lugares comunes; en una prolongación de las miserias que rodean la existencia. Cuando termina, lo único claro que deja tras su paso son los vestigios de una maldita resaca. Nada ha sido exorcizado porque los demonios siguen ahí fuera mostrando una salud a prueba de maquillaje.
Lo que ocurre es que las carnestolendas se rindieron hace mucho tiempo al brillo del ‘oro’ que luce en el balcón consistorial, espacio desde donde el representante de la voluntad popular se deja ‘acariciar’ lo justo por los grupos, que en lugar de criticar las malas artes, sólo pellizcan el cachete de su señoría ¿Tanta inversión para tan poco?
Ni las máscaras venecianas ¿serán más asequibles ahora que antes de la crisis de ideas? ni las que se adquieren en el ‘chino’ de la esquina, pueden esconder lo que somos, ni siquiera tapar una esquina de nuestras vergüenzas y mucho menos maquillar la de esos (seres) que entran y salen de las dependencias oficiales con la seguridad que ofrece ser lo que son porque únicamente nosotros, y sólo nosotros, hemos permitido que sean eso (?)
Como diría un aspirante a clásico en estos tiempos de lenguaje binario y transversalidad ininteligible: El carnaval ha mutado su metalenguaje pasando de simple exabrupto del pueblo llano a una serie de mensajes de mayor complejidad (ese otro lenguaje objeto) llenos de matices, luz y color. El resultado final puede ser del agrado o no del consumidor (sujeto tributario) pero eso no importa, en tanto el poseedor del balcón antes descrito sea feliz.