El mapa de un país desconocido
Me enteré de que existía algo llamado ETA en la Javierada de 1965. La Javierada es una peregrinación anual desde los pueblos de Navarra al Castillo de Javier, cuna del patrón de la Comunidad Foral, a donde se llega el primer domingo de marzo tras uno o dos días de camino por los campos que ya quieren reverdecer. La tradición fue iniciada en 1940 por los ex combatientes de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz y se ha mantenido tan viva que constituye, como dice una jota, una de las dos señales de identidad del navarro cabal. La otra, evidentemente, es el encierro.
Me enteré de que existía algo llamado ETA en la Javierada de 1965. La Javierada es una peregrinación anual desde los pueblos de Navarra al Castillo de Javier, cuna del patrón de la Comunidad Foral, a donde se llega el primer domingo de marzo tras uno o dos días de camino por los campos que ya quieren reverdecer. La tradición fue iniciada en 1940 por los ex combatientes de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz y se ha mantenido tan viva que constituye, como dice una jota, una de las dos señales de identidad del navarro cabal. La otra, evidentemente, es el encierro.
La víspera de la Javierada de aquel año tres niños de 10 años recorríamos el sinuoso camino que lleva de Sangüesa a Xavier, entre una densa arboleda de pinos rojos, encinas y robles. Había lloviznado la noche anterior y el suelo estaba húmedo y pesado. No recuerdo qué hacíamos, pero sí que de repente comenzaron a volar papeles a nuestro alrededor. Fue una experiencia muy extraña porque no habíamos visto a nadie cerca de nosotros. Los papeles mostraban un mapa de un país desconocido cuya capital era Pamplona. «Iruña capital de Euzkadi», se leía en letras grandes. Era la primera vez que me encontraba con la palabra Euzkadi.
La Guardia Civil de la Comandancia de Sangüesa pasó casi toda la noche arrancando las octavillas del dominio del viento. Como había muchas, decidieron finalmente limitarse a las que estaban amontonadas en los bordes de la carretera y las arrugaron y mancharon de barro para dar la sensación de que habían sido reunidas penosamente una a una. Por este motivo al día siguiente aún había octavillas enredadas entre carrascas y quejigos. Nadie les hacía mucho caso porque los peregrinos tenían su meta clara y creían espontáneamente que el bien siempre justifica las esperanzas que depositamos en él.
Muchos años después conocí a la persona que había lanzado las octavillas. Ya no tenía nada que ver con el entorno de ETA. Pertenecía al Partido Comunista, de donde pasó al PSOE, partido en el que asumiría importantes responsabilidades. Murió de un ataque al corazón, junto a su guardaespaldas una tarde apacible en la que había salido a pasear por los alrededores de Pamplona. Hacía años que ETA lo tenían en su punto de mira.