Los inmaculados soñadores
La palabra «diálogo» no es nunca el comienzo del diálogo. No es ni siquiera una palabra. Es un mantra. Un sonido sagrado que tiene poderes psicológicos o espirituales, viene a decir la Wikipedia. No forma parte de una discusión racional, a pesar de significar justamente discusión racional. Cuando alguien llama al diálogo poco después de un atentado terrorista sabe, o debería saber, que no está diciendo realmente nada. Sus palabras tienen efectos psicológicos y estéticos. No en quienes se supone que deben escucharlas, que son los terroristas, sino en quienes las pronuncian y en quienes las interiorizan. Pero además de esta función terapéutica, el discurso cumple una función más oscura. Alguien que pide diálogo frente al terror sabe que habrá quienes señalen la imposibilidad de ese diálogo. Y al hacerlo, quedarán situados junto a quienes rechazan el diálogo por la vía de los hechos, que son los terroristas. El asesino irracional y el ciudadano racional, unidos por su rechazo al diálogo. En medio, inmaculados, los soñadores.
La palabra «diálogo» no es nunca el comienzo del diálogo. No es ni siquiera una palabra. Es un mantra. Un sonido sagrado que tiene poderes psicológicos o espirituales, viene a decir la Wikipedia. No forma parte de una discusión racional, a pesar de significar justamente discusión racional. Cuando alguien llama al diálogo poco después de un atentado terrorista sabe, o debería saber, que no está diciendo realmente nada. Sus palabras tienen efectos psicológicos y estéticos. No en quienes se supone que deben escucharlas, que son los terroristas, sino en quienes las pronuncian y en quienes las interiorizan. Pero además de esta función terapéutica, el discurso cumple una función más oscura. Alguien que pide diálogo frente al terror sabe que habrá quienes señalen la imposibilidad de ese diálogo. Y al hacerlo, quedarán situados junto a quienes rechazan el diálogo por la vía de los hechos, que son los terroristas. El asesino irracional y el ciudadano racional, unidos por su rechazo al diálogo. En medio, inmaculados, los soñadores.
Algunos de estos soñadores se fueron formando durante los últimos años de terrorismo etarra. Días después del asesinato de Ernest Lluch, Gemma Nierga pedía diálogo. Lo pedía además «en castellano, para que me entiendan», marcando claramente -entre otras cosas- el destinatario de sus palabras. En qué debía consistir ese diálogo era algo que se dejaba siempre en el aire, porque el diálogo en sí era lo de menos.
Hoy los soñadores pretenden que se dialogue con el terrorismo islamista. Días después de los atentados de Bruselas, el Papa culpó a los fabricantes y traficantes de armas, que «quieren la sangre, no la paz». La agrupación ciudadana Aranzadi-Pamplona en común, que comparte el discurso y el funcionamiento de Podemos pero no es Podemos, hablaba en términos parecidos en un comunicado de obligada lectura.
Pero esa claridad con la que se refieren a los supuestos deseos de los fabricantes y traficantes de armas no se emplea para hablar de los deseos de los terroristas. Por mucho que lo afirmen en sus comunicados, parece que en el fondo no quieren aniquilar a Occidente, ni eliminar a los infieles, ni borrar del mapa el Estado de Israel. Asesinan como sin querer, porque Occidente, los infieles e Israel, mediante un mecanismo misterioso, no les dejan otra opción. No pueden hacer otra cosa, no son capaces de cuestionarse sus propias acciones.
Es extraño esto de pedir diálogo con quien no es capaz siquiera de entablarlo consigo mismo.