Todo es mentira
Todo es falso. En internet al menos, decía Arcadi Espada, y hasta que no se demuestre lo contrario. Peor: es mentira. Es decir, hay voluntad de engaño. El ciudadano prudente debe tener esto en cuenta siempre que se adentre en las redes.
Todo es falso. En internet al menos, decía Arcadi Espada, y hasta que no se demuestre lo contrario. Peor: es mentira. Es decir, hay voluntad de engaño. El ciudadano prudente debe tener esto en cuenta siempre que se adentre en las redes.
Peleas de perros patrocinadas por una marca de cerveza, serpientes gigantes, Bush leyendo un libro al revés. Pallywood. ‘La indiferencia de Occidente’. La imagen es el elemento común en la mayoría de los bulos. La imagen se impone y no deja que el lenguaje -el pensamiento- opere. Forma una combinación perfecta con el sesgo de confirmación: las marcas no tienen escrúpulos, Bush es imbécil, los israelíes masacran a los palestinos y Occidente es indiferente al sufrimiento. «¿Ves?»
Y vemos, claro. Es decir, no pensamos. Simplemente dejamos que la imagen se introduzca y se enquiste, porque siempre se ha dicho que la imagen vale más que mil palabras. Aunque lo que en realidad ocurre no es que valga más, sino que cuesta menos. Sólo así se explica el éxito incontestable de la mentira, que consiste en miles de pequeñas derrotas diarias. Alguien comparte una foto, añade un texto que no se corresponde con la realidad y se sienta a esperar.
Porque la imagen, que forma el bulo y erosiona la verdad -y por tanto el mundo-, no es natural. Es como una plaga, pero detrás de esa voluntad de engañar hay personas conscientes de las consecuencias de sus actos. Y delante, nosotros. Conscientes del engaño constante, y por tanto libres, o inconscientes y esclavos. Doblemente esclavos, de hecho, si la imagen es política. La servidumbre de las pasiones y la servidumbre de la identidad. La noticia más inverosímil se toma como cierta si dice algo malo de los otros, mientras que la evidencia más clara se rechaza en cuanto afecta a los nuestros.
Todo empieza con la tentación de la serpiente. La aceptación inmediata de la imagen, el desprecio hacia el hecho. O bien la sospecha permanente del ciudadano prudente.