El oráculo
No importa cuánto avancemos en el suelo porque aún nos quedará un cielo por andar. El universo es tan inabarcable que los descubrimientos científicos representan apenas unas gotas de sabiduría en un océano de ignorancia.
No importa cuánto avancemos en el suelo porque aún nos quedará un cielo por andar. El universo es tan inabarcable que los descubrimientos científicos representan apenas unas gotas de sabiduría en un océano de ignorancia.
Por ello no conozco a nadie que se resista a levantar la cabeza aventurando qué cosas sucederán allá arriba. El cielo ejerce la misma fascinación que lo profundo pero nos permite especular más. Desde sospechar otras vidas en paralelo hasta creer que algún acabaremos en él. En reciprocidad a nuestro interés, él nos habla con un lenguaje que admite interpretaciones según lo libres que seamos en su lectura: desde el cientificismo más ortodoxo hasta la libertad de la astrología. Por eso el fenómeno de la lluvia de estrellas puede ser solo una rareza achacable a la climatología o toda una hoja en blanco que llenar de pronósticos. Tú eliges.
No obstante la literalidad no me parece la mejor interpretación para el universo, ya que nos perderíamos su magia. La atracción que sentimos ante esos borbotones de luz que a modo de fuego enemigo cruzan el cielo nocturno es tan arcaica como inexplicable. La humanidad siempre ha observado con curiosidad y fascinación un ritual que realimentamos cada año. Ignoro si las Líridas atraen la buena fortuna o mil desdichas encadenadas pero contar sus brillos una noche de abril es uno de esos espectáculos con los que la naturaleza nos obsequia por el hecho de formar parte de ella. Vivir es bello por cosas tan simples como que una estrella fugaz ofusque el brillo de Venus por unos minutos.
Al final es humano elucubrar con la idea de que ese encaje de planetas condiciona nuestro comportamiento, aunque esta reflexión entre en el terreno íntimo de las creencias. En cualquier caso, qué maravilloso cielo el de allá arriba.