Como fuera de casa, en ningún sitio
Nunca he entendido del todo esa mirada de reojo del cuñado hacia “el hotel”. Esa mirada entre el desaire y la altanería, en plan “el más barato, cari; si total, sólo vamos a dormir”. ¿Perdona, zote? ¿Has dicho “sólo”?
Nunca he entendido del todo esa mirada de reojo del cuñado hacia “el hotel”. Esa mirada entre el desaire y la altanería, en plan “el más barato, cari; si total, sólo vamos a dormir”. ¿Perdona, zote? ¿Has dicho “sólo”?
La culpa, supongo, es del pavor que tiene el cuñadismo hacia todo lo que no sea su casita, su Playstation, su yomvi y colección de Men´s Health. En fin, al turrón: a mi me sucede exactamente lo contrario —nada me gusta tanto como esa sensación de hogar a medias que casi siempre me abriga en un hotel. Porque en un hotel nunca puede pasar nada malo, porque tras los buenos días siempre hay una sonrisa y porque es un poco una casa de paso; que es como en realidad son todas las casas, si me permiten la imprudencia.
Me gustan los pasillos, los canales caprichos de la televisión (de fondo), inspeccionar losamenities como una bloguera histérica y abrir las cortinas en busca del futuro. Me vuelven loco las historias —reales o no, qué importará; las noches de Julio Camba en el Palace o de Marilyn en el Waldorf-Astoria de Nueva York. Y me fascinan, claro, las leyendas, como esa que dice que nunca encontrarás la habitación 420. Que no existe. Que no pierdas el tiempo. Se dice pronto, ¿verdad?