Fama
Contaba Sabino Méndez en ‘Corre, rocker’ que, en los tiempos gloriosos de Loquillo y los Trogloditas, una fan llegó al hall de un hotel donde se encontraban los músicos y dijo: “¿Quién es Sabino Méndez, que me lo voy a tirar?”. Antes de que Sabino Méndez contestara, se levantó otro: “Yo soy Sabino Méndez”. Y subió con la chica a la habitación.
Contaba Sabino Méndez en ‘Corre, rocker’ que, en los tiempos gloriosos de Loquillo y los Trogloditas, una fan llegó al hall de un hotel donde se encontraban los músicos y dijo: “¿Quién es Sabino Méndez, que me lo voy a tirar?”. Antes de que Sabino Méndez contestara, se levantó otro: “Yo soy Sabino Méndez”. Y subió con la chica a la habitación.
A un amigo mío se le acercó una vez una venezolana en un garito de Fuengirola: “¡No me lo puedo creer! ¿Tulio Zuloaga?”. Mi amigo asintió, pensando que ser Tulio Zuloaga era algo bueno. Más tarde supo que así se llamaba un cantante famoso de Venezuela, y que en efecto se parecían. Pero aquella noche se limitó a montarse en el carrusel, tratando de hablar poco para no delatarse. Y no necesitó hablar mucho, porque todo se lo hacía ella. Incluido un polvo descomunal, según mi amigo, con una entrega absoluta y devota por parte de la chica que, además de placer, le produjo a él una melancolía tremenda. Se pasó meses suspirando: “El mejor polvo de mi vida no lo he echado yo, sino Tulio Zuloaga”.
He visto de cerca el fenómeno de la fama en dos amigos, uno feo y otro guapo. Los dos han follado en abundancia. Más el guapo, pero el otro tampoco se puede quejar. Trabajé como guionista con un actor ni guapo ni feo en una serie que se rodaba en invierno-primavera para que se estrenase en junio. “Ojalá pegue –decía el actor–, porque si tengo familla este verano me hincho”.
Al menos aquella serie en concreto, aquel verano, no pegó.