Animal
‘Mi agüita amarilla’ sonó por vez primera en el aula magna de una universidad madrileña. Pablo Carbonell no recuerda si en la Autónoma, en la Complutense o dónde, tan sólo que se trataba de un recinto universitario atestado de «juventud ansiosa».
‘Mi agüita amarilla’ sonó por vez primera en el aula magna de una universidad madrileña. Pablo Carbonell no recuerda si en la Autónoma, en la Complutense o dónde, tan sólo que se trataba de un recinto universitario atestado de «juventud ansiosa».
La canción, en puridad, no existía como tal, era el eco de un garabato que Carbonell llevaba en su cabeza, y que en lugar de cuajar en un dibujo había cuajado en dos versillos: «Y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy / y creo que tendré que expulsarlas fuera de mí», un estallido verbenero que inspiraría a su autor la creación del combo Los Toreros Muertos. El artículo no es baladí: pretendía desactivar cualquier probable connotación ofensiva, tipo ¡Toreros, muertos!’.
Sea como fuera, aquellas aguas menores acabarían anegando las pistas de baile de toda España y aun se derramaron por Colombia, Venezuela y México, engastadas en un repertorio que tan pronto recordaba a Madness como a la Orquesta Topolino. Todo ello lo cuenta Pablo Carbonell en el delicioso El mundo de la tarántula (Blackie Books), unas memorias que tienen mucho de antimemorias: sobre todo, por el desenfado con que relata sus muchísimos errores (baste una cata: una de las primeras decisiones que tomaron Los Toreros fue despedir al único integrante de la banda que sabía algo de música) o las incontables veces en que, a propósito de tal o cual episodio, él mismo aparece como un perfecto cretino, y sin que medie por su parte el menor disimulo; antes al contrario: cada vez que se pregunta si volvería a hacerlo, se dice que sí, que si volviera a tener 22 años y viviera de nuevo en el ojo de aquella bullanga, ¡por supuesto que volvería a hacerlo! Como al amigo de Bardem en Huevos de oro, a Carbonell le ha gustado follar y los cubatas.
El mimo, el teatro, la música, el cine o el reporterismo animal, que cultivó en tiempos de CQC («¿Es éste su último libro?», le preguntó a Antonio Burgos. Y después de que Burgos dijera que sí: «¿Lo promete?»), la tarántula, en fin, no ha sido más que un digno atajo para ponerse más a gusto que Dios y cepillarse todo lo que se movía. La de Carbonell es una vida sin aparato crítico vertida en prosa a granel. Para leer, ¿te acuerdas?, como bailando pogo.