La ventana rota
Uno de mis subgéneros periodísticos preferidos es el del tipo que reta, generalmente con éxito, a la policía. Ojalá un canal entero de YouTube que incluya esos cientos de vídeos en los que puede verse a los gendarmes franceses, o a los guardias civiles españoles, o a los bobbies británicos, huyendo despavoridos o soportando con un estoicismo digno de mejor causa una lluvia de hostias, botellazos y escupitajos procedente del cafre alcoholizado de turno.
Uno de mis subgéneros periodísticos preferidos es el del tipo que reta, generalmente con éxito, a la policía. Ojalá un canal entero de YouTube que incluya esos cientos de vídeos en los que puede verse a los gendarmes franceses, o a los guardias civiles españoles, o a los bobbies británicos, huyendo despavoridos o soportando con un estoicismo digno de mejor causa una lluvia de hostias, botellazos y escupitajos procedente del cafre alcoholizado de turno.
Es el croata de la foto. Un tipo de carnes blancuchas, lorzas flácidas y expresión despierta ma non troppo, desafiando a dieciséis policías antidisturbios sin que uno solo de ellos ose ponerle guapo, aunque sea como advertencia sutil para los mil amigos que le acompañan y que en ese mismo momento andan tomando nota de por dónde rondan los límites de la paciencia de los gendarmes franceses. Más o menos allí donde Napoleón perdió el bicornio.
De todos los obstáculos con los que las democracias occidentales gustan de ponerse trabas a sí mismas una de las más fascinantes, desde el punto de vista psiquiátrico, es el de la fuerza “proporcional y proporcionada”. El error, muy común incluso entre ciudadanos teóricamente alfabetizados, es que esa respuesta “proporcional y proporcionada” debe medirse en relación a la intensidad de la ofensa.
En la práctica, lo que suele ocurrir es que el poder político, una vez identificada la intensidad de la ofensa, le resta uno o dos grados a la intensidad de la respuesta policial. Y de ahí que los policías en democracia respondan a un insulto con su mejor cara de póquer; a un botellazo, con un bravo repliegue en el furgón policial de turno; y a un cóctel mólotov, poniendo rumbo a la comisaría más cercana con el sano propósito de evitar males mayores.
Quizá, y digo sólo “quizá”, la fuerza “proporcional y proporcionada” debería ser la necesaria para la eliminación de la amenaza. Y la amenaza, en el caso de una horda de hooligans croatas o de okupas barceloneses, no es el desafío, o el puñetazo, o el contenedor quemado, sino lo que viene detrás. De la misma manera que el peligro en la teoría de la ventana rota no es la primera, pequeña y poco importante grieta en la ventana, sino la posterior devastación del edificio entero. Y por eso es importante impedir, con el uso de una fuerza no “proporcional y proporcionada” sino “suficiente”, que los croatas de carnes blancuchas y lorzas flácidas reten a la policía.
Si no se entiende esto, apaga y vámonos.