Por dentro y por fuera
La foto me da paz. El Zadorra va deslizándose lentamente, con serenidad. Sí, sí. Serenidad. Un señor, del que dicen que tenía problemas sociales -no sé qué tipo de problemas- ha ido a una comisaría a decir, como quien no quiere la cosa, que se ha cargado a una señora, que la ha cortado en trozos y que los ha tirado al río.
La foto me da paz. El Zadorra va deslizándose lentamente, con serenidad.
Sí, sí. Serenidad. Un señor, del que dicen que tenía problemas sociales -no sé qué tipo de problemas- ha ido a una comisaría a decir, como quien no quiere la cosa, que se ha cargado a una señora, que la ha cortado en trozos y que los ha tirado al río.
Se acabó la serenidad, el deslizamiento lento. Se acabó. Mientras no saquen a la pobre mujer y comprueben que está más o menos completa, no hay quien se bañe en el río.
Mucha serenidad por fuera, mucha suciedad por dentro. Así está hoy el Zadorra. Y pienso que, a veces, nos puede pasar a nosotros. Damos buena impresión por fuera y menos mal que no se nos ve por dentro.
Eso no es hipocresía. Es la condición del hombre, que no nos tiene que asombrar. Hipocresía es cuando tú mismo, a ti mismo, te pones de modelo, olvidándote de que eres como los demás, exactamente como los demás, capaz de todos los errores y todos los horrores, como dice un amigo mío.
El Zadorra, río tranquilo, que se desliza serenamente, engaña. Si fuera un ser racional, no se admiraría de toda la porquería que lleva dentro. No pensaría «soy un desastre». Pensaría: «a ver si consigo limpiarme».
Y en este querer limpiarse y en este luchar por estar limpio, está la verdadera calidad de las personas.