El sentido de la realidad
En septiembre estuve en Barcelona y organicé una comida con amigos que conocía solo de internet. Como no estaba al tanto de las relaciones entre ellos, les escribí por separado. Me llamó la atención un detalle en que coincidieron todos. Al sugerirme dónde comer, decían el restaurante y a continuación lo que costaba. Parecía un automatismo, como si el precio formase parte del nombre: «Lázaro. 16 euros el menú». Es algo que no ocurre en Madrid, ni en Málaga. Ocurre, por lo visto, en Barcelona.
En septiembre estuve en Barcelona y organicé una comida con amigos que conocía solo de internet. Como no estaba al tanto de las relaciones entre ellos, les escribí por separado. Me llamó la atención un detalle en que coincidieron todos. Al sugerirme dónde comer, decían el restaurante y a continuación lo que costaba. Parecía un automatismo, como si el precio formase parte del nombre: «Lázaro. 16 euros el menú». Es algo que no ocurre en Madrid, ni en Málaga. Ocurre, por lo visto, en Barcelona.
Me hizo pensar. Se trata de un tic pragmático, realista: de una virtud. Los barceloneses (¿los catalanes?) han interiorizado, hasta la automatización, la conciencia de que las cosas cuestan. Y la de que hay que hablar de ese coste entre personas distintas que se disponen a afrontarlo. Pensé esto, y también: ¿cómo una gente con este sentido de la realidad ha podido embarcarse en el delirio nacionalista? Un ‘menú’ cuyo precio será ruinoso…
La conclusión es que las virtudes no están fijadas. No las tiene nadie por ser lo que es, sino que por tenerlas, o ejercitarlas, se es de determinada manera. El sentido de la realidad, el ‘seny’ que hizo progresar a Cataluña, no se tiene por el hecho de «ser catalán». Más bien al contrario: cuando «ser catalán» se convierte en un cepo, esa virtud tiende a evaporarse. El nacionalismo impone una visión abstracta de la realidad que entorpece todo proceder pragmático.
Los británicos parece que también han perdido su ‘common sense’. Como pueblo, son lo que son por él. Pero no lo tenían asegurado. No hay «ser nacional», sino características que fluyen, fluctúan, a veces se asientan y persisten, otras veces se disipan, se truncan. Las relacionadas con el sentido de la realidad son las primeras en caer cuando triunfan los delirantes.