Una apuesta posible
Hoy entra Theresa May como primera ministra del Reino Unido en Downing Street. Lo hace en un momento de radical y dramático cambio histórico y de inmenso vértigo político y social debido a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Y en medio de un terremoto en la clase política británica que hace desaparecer a muchas de las principales figuras de los pasados años, con su antecesor, David Cameron a la cabeza. Son muchas las enseñanzas que ahora se apresuran unos y otros a ver en la espectacular evolución de los hechos desde aquella madrugada del 24 de junio en que se supo que los británicos habían decidido en referéndum, contra todo pronóstico, salir de la Unión Europea.
Hoy entra Theresa May como primera ministra del Reino Unido en Downing Street. Lo hace en un momento de radical y dramático cambio histórico y de inmenso vértigo político y social debido a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Y en medio de un terremoto en la clase política británica que hace desaparecer a muchas de las principales figuras de los pasados años, con su antecesor, David Cameron a la cabeza. Son muchas las enseñanzas que ahora se apresuran unos y otros a ver en la espectacular evolución de los hechos desde aquella madrugada del 24 de junio en que se supo que los británicos habían decidido en referéndum, contra todo pronóstico, salir de la Unión Europea.
El primero de ellos sería el que recomienda no hacer política a golpe de referéndum en tiempos de zozobra. Pero para evitar inútiles y peligrosas melancolías no conviene caer ni en lamentos ni en torpes intentos de dar marcha atrás al implacable transcurso de los hechos. Toca ahora en el Reino Unido, esa parece ser la intención de Theresa May, tomar medidas rápidas, resueltas, firmes y valientes para convertir el trauma de la salida de la UE en un impulso para la creación de nuevas realidades beneficiosas. May ha de lograr una separación rápida y razonable de las instituciones europeas y un cambio en las relaciones que acabará con los privilegios de la relación entre miembros, pero nunca deberían proyectarse desde Bruselas como un castigo. El Reino Unido seguirá ahí y aunque no miembro siempre será un socio de la Unión Europea, un cliente y un vital aliado en todas las cuestiones de seguridad y defensa. La primera ministra deberá forjar por tanto unas relaciones nuevas con Europa y con el resto del mundo que lo trataba como miembro de la UE.
Lo cierto es que no le tiene por qué ir mal. Pasados los primeros tiempos traumáticos, con un liderazgo político firme, un discurso integrador y una relación modificada y razonable tanto con la UE como con el resto del mundo, esa separación puede acabar siendo un paso más en la larga y espléndida historia del Reino Unido. La UE hará bien en afrontar la nueva situación con el mismo ánimo de profunda reforma hacia un nuevo tiempo. Porque tiene por delante la misma necesidad que Londres de llevar a cabo cambios profundos, resueltos y eficaces, si no quiere que la salida del Reino Unido sea el principio del fin de todo el proyecto europeísta. De nada sirve la arrogancia del aparato de Bruselas y sus defensores a los que tanto se notan las ganas de castigar al británico rebelde. Ni la ciega obcecación de mantener curso en Europa como si nada sucediera, limitándose las fuerzas tradicionales a atacar y descalificar a los insatisfechos que surgen y crecen en número sin cesar por todo el continente.
A todos conviene que el Reino Unido tenga éxito fuera de la UE. Y puede tenerlo si no se sabotea. Y todos necesitamos que la UE tenga éxito en reformarse a sí misma. Porque la alternativa es la ruptura, la disgregación continental. Esa sí puede convertirse en una catástrofe histórica de terroríficas consecuencias.