Una lección para la CIA
Si les soy sincero, que la CIA utilice canciones de Christina Aguilera como instrumento de tortura me parece cruel, pero coherente con el principio de toda institución paralegal: el fin justifica los medios. Si yo me viese sometido a tamaña injuria, podría acabar confesando que maté a Kennedy. Pero no pretendo confundir el instrumento, por funcional que sea, con el verdugo, sino darle una lección magistral de buen hacer a este último con el ejemplo de un jefe de policía español cuyo nombre, lamentablemente, no he podido sustraer al olvido.
Si les soy sincero, que la CIA utilice canciones de Christina Aguilera como instrumento de tortura me parece cruel, pero coherente con el principio de toda institución paralegal: el fin justifica los medios. Si yo me viese sometido a tamaña injuria, podría acabar confesando que maté a Kennedy. Pero no pretendo confundir el instrumento, por funcional que sea, con el verdugo, sino darle una lección magistral de buen hacer a este último con el ejemplo de un jefe de policía español cuyo nombre, lamentablemente, no he podido sustraer al olvido.
Cuando don Cándido Nocedal asumió, allá por 1865, el cargo de ministro de gobernación, fue informado de que en un teatro de Madrid el público pedía todas las noches, al preludiar la orquesta, que se tocase el Himno de Riego. Si bien el asunto aún no traspasaba los límites del aforo, don Cándido, que era hombre expeditivo, ordenó a nuestro anónimo jefe de policía poner fin a aquel “refocilamiento consuetudinario” (la expresión es del periodista Cristóbal Botella, biógrafo de Nocedal). Este servidor público era un hombre tan astuto que no sólo no soliviantó a los espectadores, cosa que de por sí ya sería admirable, sino que cumplió su misión contando con la colaboración de todos ellos.
Cuando se presentó en el teatro, permitió que la orquesta interpretara el Himno de Riego en su presencia, e incluso animó al público a recibirlo con el entusiasmo habitual. Para jolgorio de todos, cuando sonó la última nota y ya se iban a encender las candilejas, ordenó al director de la orquesta repetir da capo al fine. Esta vez también fue recibido el Himno con aplausos, aunque algo más mitigados. Cuando impuso que sonara por tercera y cuarta vez, comenzaron a insinuarse las protestas. A la quinta, el mal humor del respetable se hizo manifiesto. A la sexta, los silbidos y pataleos eran estruendosos. El empresario, enfurecido, ordenó comenzar de una vez la función, para impedir un séptimo da capo. Los músicos le obedecieron aliviados y el público aplaudió su decisión. De esta manera se tocó por última vez el Himno de Riego en aquel teatro madrileño.
Digo yo que Rajoy podría haber adjuntado una nota con esta historia al jamón que le regaló a Obama.