La cara que se nos queda

Andrea Comas ha retratado a Mariano Rajoy, pero en el gesto del rostro del presidente en funciones tengo la sensación de que nos vemos reflejados todos. No por la indumentaria, la barba o la mirada gallega que no se sabe si sube o baja. No. Por el asombro, la estupefacción ante el espectáculo que nos brindan nuestros políticos desde el pasado mes de diciembre.

Era sabido que en España, y en Europa en general, la clase dirigente no destaca por acreditar un nivel elevado. Echamos de menos políticos de altura, capaces de pensar en las siguientes generaciones y no solo en las siguientes elecciones. Pero lo sucedido los últimos siete meses en España no tiene parangón. La insolvencia apabulla, pero no porque percibamos superioridad, intelectual y moral, sino por lo contrario.

Salvando alguna excepción, han mirado por ellos mismos, han antepuesto su interés particular al interés general de los ciudadanos, han sido incapaces de conformar Gobierno, han gastado millones de euros en campañas electorales insoportables, algunos se han garantizado ya pensiones de por vida, y la situación solo ha ido a peor, y aún hoy no tenemos garantías de que tengamos que ir a otras elecciones en noviembre. O sea, se han comportado como unos idiotas, según el concepto griego de idiotés.

Cara de asombro, de no entender nada, de no ser capaces de asimilar que sea posible tanta mediocridad en quienes hemos depositado nuestra confianza para gestionar la cosa pública. Cara de no dar crédito a lo que nos ha tocado vivir. Y lo que nos queda.