Creando a Dory
Los que vieron Buscando a Nemo lo saben: la coqueta pez cirujano Dory tenía un problema. Sufría de memoria de pez. Apenas veía o le contaban algo, lo olvidaba. La eterna olvidadiza era imposible como aliada en una aventura, pero adorable en su testarudez desvalida.
Los que vieron Buscando a Nemo lo saben: la coqueta pez cirujano Dory tenía un problema. Sufría de memoria de pez. Apenas veía o le contaban algo, lo olvidaba. La eterna olvidadiza era imposible como aliada en una aventura, pero adorable en su testarudez desvalida.
Como sucede con los grandes éxitos de taquilla, Disney decidió lanzarse a una secuela de la aventura marina, con Dory como protagonista. Con una recaudación de más de 136 millones de dólares el día del estreno, Buscando a Dory triunfó todavía más que su predecesora. Y los niños se lanzaron a comprar todo lo que les recordara al personaje entrañable.
Aquí viene lo peligroso: no fueron suficientes los peluches, los libros de cuentos y los cubrecamas. Una legión de consentidos chilló al unísono para que sus sufridos padres les regalaran un pez cirujando azul, como Doly. Uno de verdad. Con estanque y todo.
Los biólogos pusieron el grito en el cielo: estos peces están en peligro de extinción.
Esta semana parece que vino la solución: se anunció que los científicos del Laboratorio de Acuicultura Tropical de la Universidad de Florida habían logrado reproducir en cautiverio al pez azul. No más pesca despiadada en los mares tropicales: se puede crear Dorys en cautividad. Una fábrica de animalitos como los de la película.
¿Es esta la solución? De ninguna manera. Si en términos de supervivencia de la especie una Dory de piscifactoría es preferible a acabar con los peces cirujano en el mar, para los peces, para los niños y para sus padres, es prácticamente la misma calamidad.
Tratar a un ser vivo como a un juguete, un muñeco, comparable a un dibujo de una película, nos deshumaniza, aparta al niño de apreciar y valorar la vida ajena.
Desconecta de una relación necesaria y sana con los sufrimientos de una criatura que siente. Somete a un animal a la soledad más absoluta, a vivir en una jaula, una cárcel, a ser una cosa para el solo disfrute del capricho de un caprichoso durante unas horas.
Y los padres que los compran estarán prefiriendo ganarse una sonrisa pasajera, comprar una alegría mal calibrada, dar algo que saben que está mal. Como le sucede al personaje, los padres de hoy se olvidan. No de todo: solo de lo más importante.
Crear y regalar una Dory de carne y escamas es lo contrario de lo que necesitan los niños de hoy: una genuina educación en valores.