El gran momento de Patrick Bateman
Han pasado 25 años y la sola mención de su nombre sigue alentando escalofríos. No tanto porque Patrick Bateman, la criatura engendrada por Bret Easton, sembrara Manhattan de cadáveres, sino porque su pulsión criminal no desentonaba en absoluto en la burbuja, igualmente terrorífica, en que se desenvolvía. La sangre, siempre irresistible, tendió a empañar una representación del mundo que, por verosímil, se hizo insoportable, y que podríamos resumir en que los amos del universo de la hoguera de Wolfe eran en verdad un hatajo de sociópatas, misóginos, filonazis… Y vagos, tremendamente vagos, con trabajos que no eran sino sinecuras compradas en Harvard, y a los que sólo acudían para aliviar la resaca a base de Perrier y gestionar la reserva de esa noche en el bistró más cool de la ciudad. En cierto modo, Bateman es el ejemplar más depurado de la tribu por cuanto añade a su demencia un prurito de sofisticación, y ahí, en su estupefaciente discurso cultural, en su desprecio consciente de la intelectualidad, radica parte de su encanto. En lo musical, le gustan Genesis, Talking Heads y Huey Lewis and the News. Su gran referente, sin embargo, es Donald Trump, a quien cree ver en todas partes:
Han pasado 25 años y la sola mención de su nombre sigue alentando escalofríos. No tanto porque Patrick Bateman, la criatura engendrada por Bret Easton, sembrara Manhattan de cadáveres, sino porque su pulsión criminal no desentonaba en absoluto en la burbuja, igualmente terrorífica, en que se desenvolvía. La sangre, siempre irresistible, tendió a empañar una representación del mundo que, por verosímil, se hizo insoportable, y que podríamos resumir en que los amos del universo de la hoguera de Wolfe eran en verdad un hatajo de sociópatas, misóginos, filonazis… Y vagos, tremendamente vagos, con trabajos que no eran sino sinecuras compradas en Harvard, y a los que sólo acudían para aliviar la resaca a base de Perrier y gestionar la reserva de esa noche en el bistró más cool de la ciudad. En cierto modo, Bateman es el ejemplar más depurado de la tribu por cuanto añade a su demencia un prurito de sofisticación, y ahí, en su estupefaciente discurso cultural, en su desprecio consciente de la intelectualidad, radica parte de su encanto. En lo musical, le gustan Genesis, Talking Heads y Huey Lewis and the News. Su gran referente, sin embargo, es Donald Trump, a quien cree ver en todas partes:
-Sería mejor que hubieran reservado mesa -le advierto a Courtney en el taxi.
-No fumes ese puro, Patrick -dice ella lentamente.
-¿No es ése el coche de Donald Trump? -pregunto, mirando la limusina que se ha parado junto a nuestro taxi.
-Dios santo, Patrick. Cállate -dice Courtney, con voz espesa y de drogada.
*
A ninguna de las chicas les resulta especialmente excitante la idea de ver a esa banda y todas me han confiado, por separado, que no les apetece ir, y en la limusina, camino de un sitio que se llamaba Meadowsland, Carruthers no deja de tratar de calmarnos a todos diciéndonos que Donald Trump es un gran fan de U2.
*
No pienso en nada. El despacho está en silencio. Para romperlo, señalo un libro de encima de la mesa, junto a la botella de San Pellegrino. El arte de hacer negocios, de Donald Trump.
-Lo ha leído -le pregunto a Kimball.
-No -dice suspirando, pero pregunta educadamente-. ¿Es interesante?
-Es muy interesante -digo, asintiendo.
La forma como American Psycho se proyecta sobre nuestros días es, más que obscena, abrasiva. Un psicópata inspirado por Trump es, qué duda cabe, el último grito en justicia poética.