THE OBJECTIVE
Felipe Santos

Sumergirse

Zambullirse. Lanzarse al agua para morir o para vivir. Esos instantes sumergido recuerdan de manera inconsciente a aquellos rodeado de liquido amniótico, previos al nacimiento, a la salida al exterior. Una maniobra convulsa que termina con el primer llanto sobre este mundo. Por eso no sorprende que algunos poetas como Ángel Ganivet, John Berryman, Paul Celan o Virginia Woolf decidieran sumergirse en un río para terminar ese llanto con «un trago amargo e infinito».

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Sumergirse

Zambullirse. Lanzarse al agua para morir o para vivir. Esos instantes sumergido recuerdan de manera inconsciente a aquellos rodeado de liquido amniótico, previos al nacimiento, a la salida al exterior. Una maniobra convulsa que termina con el primer llanto sobre este mundo. Por eso no sorprende que algunos poetas como Ángel Ganivet, John Berryman, Paul Celan o Virginia Woolf decidieran sumergirse en un río para terminar ese llanto con «un trago amargo e infinito».

En las profundidades es donde nuestro rostro se aligera de la mueca crispada que mantiene en la vida terrestre y alcanza ese semblante salvífico tan próximo a la media sonrisa. Quizá por ello se encuentra tanto placer en el baño, algo que además hemos de aprender para no hundirnos, como si nuestra experiencia primigenia en el vientre materno no hubiera servido de nada. Pero las sensaciones son muy similares y nuestros recuerdos bien pueden surgir envueltos en esa aureola acuática, como la figura que Jean divisa en las profundidades del Sena tras haberse lanzado desde la cubierta de L’Atalante. Mientras bracea, recuerda las palabras de Juliette cuando se subieron por primera vez a aquel barco: que bajo el agua puede contemplarse el rostro de la persona amada. La película de Jean Vigo sirvió de referencia a esa otra inmersión, la de una novia etérea y vaporosa que por fin sale a la superficie en Underground, de Emir Kusturica. Un mundo nuevo que se desgaja en una isla fiestera que navega a la deriva.

En esas mismas aguas tuvo que zambullirse Yusra Mardini para salvarse. A ella y a otras veinte personas que lograron subirse a un pequeño bote en Izmir y zarpar hacia la isla de Lesbos. A la media hora de travesía, el motor se paró y quedó sin gobierno. Ella, su hermana y otra mujer se lanzaron al agua para llevar la embarcación a la orilla. Sería terrible que, siendo nadadora, pereciera en el mar, pensó. Desde su pequeño cuarto en Damasco, pasando por Beirut y Estambul, para un final así. Casi un año después de aquello, Yusra Mardini volverá a sumergirse en el agua, pero esta vez en una piscina olímpica de Río de Janeiro. Bajo el agua pensará en el rostro de su hermana, en la aversión que le ha cogido a nadar en aguas abiertas y en que, en la otra orilla, siempre espera la vida.

 

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