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El Trump catalán

El momento más álgido del independentismo engendró el personaje más grotesco que se recuerda en la política parlamentaria: Gabriel Rufián. En menos de un año este personaje que decía haber dejado el trabajo para poder cobrar el paro ha conseguido empobrecer con su discurso rabioso y demagógico a las generosas instituciones que le permiten su presencia y le pagan la nómina.

Opinión
  • Laura Fàbregas (Barcelona, 1987) se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus primeros pasos en el periodismo los dio en Catalunya Ràdio, cubriendo la información política desde Madrid. También trabajó en la corresponsalía de Roma de la emisora radiofónica Cadena Ser, y posteriormente estuvo cinco años trabajando para la delegación catalana de El Español hasta incorporarse en la sección de Nacional, donde abarcó la actualidad del Gobierno. Su última etapa antes de desembarcar en The Objective fue en Vozpópuli como redactora de política.

El momento más álgido del independentismo engendró el personaje más grotesco que se recuerda en la política parlamentaria: Gabriel Rufián. En menos de un año este personaje que decía haber dejado el trabajo para poder cobrar el paro ha conseguido empobrecer con su discurso rabioso y demagógico a las generosas instituciones que le permiten su presencia y le pagan la nómina.

La muerte del catalanismo por el independentismo ha significado también el fin de aquella Cataluña avanzada e ilustrada. La España mesetaria ya nada tiene que envidiar a esta horda de chalados. ¿Quién, desde España, puede sentirse acomplejado ante un Rufián o un Tardà, a pesar de las constantes lecciones de superioridad moral que pretenden dar?

Desde mi patria sentimental veo profusión de mensajes en las redes sociales celebrando el discurso de Rufián y “lo claro que habla”. Ejemplos similares hay que buscarlos en la Italia berlusconiana o en este Estados Unidos, en horas bajas, en el que ser sincero, mal educado y “hablar claro” son los principales atributos que los electores otorgan a Donald Trump. Cada pueblo con sus idiosincrasias y sus populismos a la derecha o la izquierda.

Rufián es un espécimen que solo apela a las emociones más básicas de las personas, con un discurso destructivo que intoxica al sistema casi tanto como la corrupción. Como decían en Francia durante la segunda vuelta entre Chirac y Le Pen: mejor un corrupto que un fascista. Así que ¡Viva España, viva el Rey, y viva Mariano Rajoy Brey!