La oscuridad más honda
Padre de la conciencia moderna, Michel de Montaigne en “Costumbre de la isla de Ceos” concede al suicidio el raro poder de sellar los muros de la dignidad humana. Se trata de un privilegio antiguo que preservaba la osamenta íntima del alma antes de ser definitivamente corroída por el mal o la desgracia. Para el escritor francés, «la vida es esclavitud si se carece de libertad para morir»; pero sólo si el hombre ha logrado antes perseverar en la esperanza hasta el final. Aquí, Montaigne adelanta un principio que hará fortuna literaria en el siglo XX y que nos vincula, de un modo u otro, con la esperanza. «Ante todo –le confiará Séneca a su discípulo Lucilio– evítese aquella pasión que se adueña de muchos: el deseo de morir». Y es que, para los clásicos, apartarse de la vida no debía suponer un desprecio de sus dones, sino reivindicar el esplendor de una nobleza combatida por el oleaje de un mar funesto.
Padre de la conciencia moderna, Michel de Montaigne en “Costumbre de la isla de Ceos” concede al suicidio el raro poder de sellar los muros de la dignidad humana. Se trata de un privilegio antiguo que preservaba la osamenta íntima del alma antes de ser definitivamente corroída por el mal o la desgracia. Para el escritor francés, «la vida es esclavitud si se carece de libertad para morir»; pero sólo si el hombre ha logrado antes perseverar en la esperanza hasta el final. Aquí, Montaigne adelanta un principio que hará fortuna literaria en el siglo XX y que nos vincula, de un modo u otro, con la esperanza. «Ante todo –le confiará Séneca a su discípulo Lucilio– evítese aquella pasión que se adueña de muchos: el deseo de morir». Y es que, para los clásicos, apartarse de la vida no debía suponer un desprecio de sus dones, sino reivindicar el esplendor de una nobleza combatida por el oleaje de un mar funesto.
Por supuesto, al custodiar el suelo nutricio del hombre, la esperanza liga el mundo clásico con el nihilismo líquido de nuestro tiempo: la fortaleza que sostuvo a Nadiezhda Mandelstam en la Rusia de Stalin o que condenó a Dietrich Bonhoeffer en la Alemania de Hitler. Una esperanza que, como la libertad de los antiguos, actúa también como el sello de la dignidad humana. Por eso mismo, cuando los estudios sociológicos subrayan la incidencia creciente del suicidio en todos los grupos de edad –pero sobre todo entre varones de mediana edad–, debemos preguntarnos hasta qué punto nuestra sociedad no vive inmersa en una telaraña de relatos moralmente pobres, incapaces de activar el horizonte imaginario de un futuro mejor. «Un abismo invoca a otro abismo», leemos en un salmo de la Vulgata. Se diría que es el eclipse de la esperanza lo que abona la oscuridad más honda.
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