THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Lo que Chacal nos enseñó de las fronteras

Cada vez que hay un atentado terrorista, dos mantras acuden a la boca de los líderes ultra. No sería un problema si en ellos y sus feligreses se quedaran, pero sus audiencias y resultados electorales son, lamentablemente, cada vez mejores. Por un lado, culpan a un mundo abierto de una oleada de terror sin precedentes (“esto son los muertes de Merkel”, dice Farage), lo cual es falso: en los 60, 70 y los 80 del pasado siglo hubo picos de más de 400 muertos al año, y la sopa de siglas en las que nos movimos fue espesa.

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Lo que Chacal nos enseñó de las fronteras

Cada vez que hay un atentado terrorista, dos mantras acuden a la boca de los líderes ultra. No sería un problema si en ellos y sus feligreses se quedaran, pero sus audiencias y resultados electorales son, lamentablemente, cada vez mejores. Por un lado, culpan a un mundo abierto de una oleada de terror sin precedentes (“esto son los muertes de Merkel”, dice Farage), lo cual es falso: en los 60, 70 y los 80 del pasado siglo hubo picos de más de 400 muertos al año, y la sopa de siglas en las que nos movimos fue espesa.

Desde la autóctona ETA, hasta la foránea OLP, pasando por las europeas Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas, la OAS o el IRA, entre otras, Europa se tiñó de rojo en los llamados ‘Años de plomo’. Las motivaciones han cambiado del marxismo o el panarabismo al actual fanatismo religioso, pero eso no hace menos verdad el hecho de que Europa se construyó contra el terrorismo, no gracias a que no lo hubiera. Decir que el terrorismo en Europa no es nuevo es un magro consuelo, pero ante la demagogia extremista, por desgracia hay que volver a la casilla de salida y explicar el abc.

El segundo mensaje que lanzan los extremistas tras cada atentado es la necesidad del repliegue, reflejado en unas fronteras vigorosas que nos protegerán del terror que negligentemente nuestros vilipendiados cosmopolitas de Maastrich han dejado entrar en Troya. Fuera Schengen, vivan las aduanas.

¿Se acuerdan de Chacal, la película de Fred Zinnemann de 1973, basada en la novela de Frederick Forsyth? En ella, un mercenario contratado por la OAS tiene el encargo de matar a De Gaulle en venganza por la descolonización de Argelia. El mercenario sale de Londres, compra un pasaporte falso en Génova, pasea por Niza (donde le comunican que  le han identificado, pero que él decida si sigue o no adelante, cosa que hace) y cruza la frontera con Italia de nuevo en coche para llegar hasta París.

De nada sirvieron los controles aduaneros a los que fue sometido. Lo que pudo con él fue la cooperación policial de Francia, Italia, Dinamarca y Reino Unido, y unos buenos profesionales de la información y la seguridad, coordinados por políticos que confiaban en sus hombres. Que Marine Le Pen vea Chacal, entre otras cosas porque conocerá bien a algunos protagonistas reales de la historia, como el coronel Jean-Marie Bastien-Thiry o  a Raoul Salan, y en general a la escoria de la OAS, un grupo terrorista que fue el semillero de su Frente Nacional, que ahora nos dice cómo luchar contra el terrorismo.

 

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