El Rey y las beatas
La rutina democrática era esto. El discurso del Rey en mute mientras uno disfruta en familia. Cualquier mayor de edad sabe lo que el Rey va a decir en Nochebuena y ahí radica la legitimidad de la monarquía parlamentaria. En la levedad de sus mensajes, en su adormecedora previsibilidad. La caída de las audiencias es por tanto un triunfo democrático. El reinado de Felipe VI ha obtenido la sanción de los audímetros. Lo contrario significaría que la institución se está volviendo estridente, invasiva, morbosa. No hay espectáculo más deprimente que un rey mendigando atención.
La rutina democrática era esto. El discurso del Rey en mute mientras uno disfruta en familia. Cualquier mayor de edad sabe lo que el Rey va a decir en Nochebuena y ahí radica la legitimidad de la monarquía parlamentaria. En la levedad de sus mensajes, en su adormecedora previsibilidad. La caída de las audiencias es por tanto un triunfo democrático. El reinado de Felipe VI ha obtenido la sanción de los audímetros. Lo contrario significaría que la institución se está volviendo estridente, invasiva, morbosa. No hay espectáculo más deprimente que un rey mendigando atención.
A Felipe VI en Nochebuena ya sólo le prestan atención sus enemigos, que son sus verdaderos súbditos. Los más leales. El resto de los ciudadanos sólo atienden a la monarquía cuando algo falla. Cuando adviene el escándalo o cuando sospechan que el monarca ya no está dispuesto a asumir las servidumbres del trono. Eso ya lo hemos vivido y nos obligó a desviar la atención a la Corona durante unos años patéticos. La sucesión ha impuesto cordura. Es decir, sopor.
Yo me abono al monarquismo punk de Montano, porque me estoy haciendo viejo y disfruto escandalizando a las beatas. Me gusta decir blasfemias atroces como que viva la Constitución, el imperio de la ley y las instituciones que ponen límites a las periódicas crecidas de la marea, o sea de la muchedumbre. Abrazar a un pensionista que va a votar, reivindicar el mal menor, celebrar la unidad, utilizar el usted y tratar con amabilidad a un policía. Puro erotismo.
Como aquel poema excitante, el Political Incorrectness en el que Luis Alberto de Cuenca le pide a su amada que le diga cosas tremendas, pornográficas.
Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Mediterráneo te horroriza (…).