Mejor le dejamos lo de la violencia a los criminales
A veces fantaseo con soluciones sencillas a problemas complejos. Ya saben, con eso que los cuñados llaman “cuñadismo”. Es vox populi que a los problemas complejos les corresponden soluciones igualmente complejas y únicamente al alcance de unas pocas mentes privilegiadas iniciadas en los arcanos del embrollo padre. Y yo estoy de acuerdo con ello. Pero lo que me pide el cuerpo cuando dejo que mi troglodita interior prevalezca sobre ese barniz de socialización que llevo a cuestas es cortar por lo sano y que sea lo que Dios quiera.
A veces fantaseo con soluciones sencillas a problemas complejos. Ya saben, con eso que los cuñados llaman “cuñadismo”. Es vox populi que a los problemas complejos les corresponden soluciones igualmente complejas y únicamente al alcance de unas pocas mentes privilegiadas iniciadas en los arcanos del embrollo padre. Y yo estoy de acuerdo con ello. Pero lo que me pide el cuerpo cuando dejo que mi troglodita interior prevalezca sobre ese barniz de socialización que llevo a cuestas es cortar por lo sano y que sea lo que Dios quiera.
Esta es la primera columna del año y la cosa anda relajada. Permítanme que fantasee entonces con lo que ocurriría si a los problemas provocados por las mafias de la droga se respondiera con la legalización de estas. Si a la violencia sexual masculina se respondiera con la castración química del tipejo en cuestión. Si a la crisis de refugiados se respondiera permitiendo la entrada sin límite de mujeres, niños y ancianos pero también con un filtro de agujero extraordinariamente fino para los hombres en edad militar. Si Occidente colonizara los estados fallidos, aquellos países que no sólo han demostrando repetidamente su incapacidad para gobernarse solos sino que han acabado por convertirse en un grave problema endémico para el resto de naciones del planeta. Si se respondiera con la deportación inmediata de todo aquel que, con la excusa de la religión o de cualquier otro tipo, trabaje por la subversión de los valores y la supresión de los derechos humanos vigentes en Occidente, entre ellos el de la igualdad de hombres y mujeres.
Todo esto son sólo desvaríos, por supuesto. Desvaríos de una inaceptable violencia. Porque la violencia jamás ha conseguido nada, ¿cierto? Es cierto que la violencia le ha permitido a las mafias de la droga arrasar naciones enteras, asesinar a decenas de miles de personas y envenenar a millones. Que miles de mujeres son violadas, forzadas y acosadas con violencia cada año. Que los derechos humanos sólo retroceden en aquellos barrios y ciudades en las que la violencia del Estado es más débil que la ejercida por los caciques religiosos locales. Que los Estados fallidos son pasto fácil para déspotas, psicópatas y asesinos de masas de toda calaña y condición. Todo eso es cierto. Pero ¿cómo vamos a responder a la violencia criminal con violencia legal? ¿Nos hemos vuelto locos?
Mejor le dejamos lo de la violencia extrema a nuestros enemigos, que parece que a ellos no les provoca ningún reparo moral ejercerla.