Todo lo fluido se desvanece en la muerte
Fue Jordi Pujol el primero que me habló de Bauman. Ya ven ustedes, ¡qué cosas! Después lo leí y comprendí que Bauman se ha hecho famoso por lo mismo por lo que se hacen famosos los intelectuales, no por la profundidad de su pensamiento, sino por su capacidad para ofrecernos fórmulas bonitas –injertos texticulares- que, al recoger exactamente lo que queremos oír, nos ahorran el esfuerzo de pensar.
Fue Jordi Pujol el primero que me habló de Bauman. Ya ven ustedes, ¡qué cosas! Después lo leí y comprendí que Bauman se ha hecho famoso por lo mismo por lo que se hacen famosos los intelectuales, no por la profundidad de su pensamiento, sino por su capacidad para ofrecernos fórmulas bonitas –injertos texticulares- que, al recoger exactamente lo que queremos oír, nos ahorran el esfuerzo de pensar.
No ha habido un intelectual que nos haya ayudado más a economizar el pensamiento en las últimas décadas. Un ejemplo: “Sólo un diálogo con buena voluntad, con el fin de un entendimiento mutuo puede, de nuevo a largo plazo, porque requiere tiempo hacer desaparecer los prejuicios enquistados y las supersticiones, resolver el conflicto de visiones globales”.
Bauman descubrió que la hegemonía cultural del presente no era la que Gramsci hubiera deseado. Podemos resumir su decepción de esta manera: si los antiguos se empeñaban en descifrar el límite del ser; nosotros andamos tan obsesionados con huronear en el ser del límite que hemos acabado haciéndolo añicos. Para contárnoslo, transformó la perspectivas gaseosa que Marx tenía del presente en una perspectiva líquida. ¿Recuerdan aquello de que “todo lo sólido se desvanece en el aire” del Manifiesto comunista? El término medio entre Marx y Bauman es el libro de Marshall Berman titulado precisamente Todo lo sólido se desvanece en el aire (1982) y que anticipa buena parte de lo que nos cuenta el autor de Modernidad líquida (añádanle si quieren un chorrito de Lipovetsky).
A Heráclito, el padre de toda filosofía líquida, se lo imaginaba Saavedra Fajardo en su República literaria, con “los ojos en tierra, vertiendo lágrimas” y lamentándose así de sus propios descubrimientos: “¡Qué lágrimas, qué penas en nuestra niñez, qué peregrinaciones y desvelos no pasamos después en más madura edad! ¡Tanto leer, tanto escribir, tanto meditar, para un poco luz que venimos a dar al discurso!” Este viene a ser el lamento de Bauman: “¿Para esto hicimos una Ilustración?”
La imagen del desvanecimiento de lo sólido, sea en el aire, sea en el agua, no expresa tanto la realidad como nuestra melancolía al constatar que las distancias entre lo real y lo deseable no pueden salvarse con la razón, porque ésta no tiene con qué saciar el hambre del deseo. Tanto es así, que hemos hecho de esta melancolía un género literario: el de las ontologías del presente, que son, en sí mismas, una de las principales causas de la melancolía del presente.
Yo a quien mejor le he entendido esto de la liquidez ha sido a Jordi Pujol.