El tiempo recobrado
Las subastas permiten encapsular el tiempo por un módico precio de 148.000 dólares. Un precio desorbitado para el poemita de una niña holandesa, que esbozó unos pocos versos dedicados a «Cri-Cri», la hermana mayor de su mejor amiga. O al menos eso le hubiera parecido a ella, que escribió aquello como un juego. La tragedia que la engulló después convirtió este pedacito de papel en una reliquia que el mercado ha tasado hoy en un precio. Qué extraña paradoja tienen esos objetos que nos sobreviven. Depende de quién los roce pueden acabar en un desván, en el expositor de un coleccionista o como adorno de habitaciones donde convivirán con otros objetos con memoria. Así, en las tardes de los días festivos, su dueño paseará en silencio por la estancia y tratará de escuchar las historias que encierran. Pero a veces no se oye nada.
Las subastas permiten encapsular el tiempo por un módico precio de 148.000 dólares. Un precio desorbitado para el poemita de una niña holandesa, que esbozó unos pocos versos dedicados a «Cri-Cri», la hermana mayor de su mejor amiga. O al menos eso le hubiera parecido a ella, que escribió aquello como un juego. La tragedia que la engulló después convirtió este pedacito de papel en una reliquia que el mercado ha tasado hoy en un precio. Qué extraña paradoja tienen esos objetos que nos sobreviven. Depende de quién los roce pueden acabar en un desván, en el expositor de un coleccionista o como adorno de habitaciones donde convivirán con otros objetos con memoria. Así, en las tardes de los días festivos, su dueño paseará en silencio por la estancia y tratará de escuchar las historias que encierran. Pero a veces no se oye nada.
Anna Frank escuchó a su cabecita durante dos años para alumbrar un libro de viajes, el de un periplo interior que tuvo como escenario la buhardilla más visitada por las generaciones jóvenes de lectores. “No pienso en toda la miseria, sino en la belleza que aún permanece”, escribió en una de sus páginas. Quién sabe si pudo hallar consuelo en esta frase mientras miraba entre las cuadernas del vagón que la transportaría a Auschwitz. Ahí están todos esos árboles, extrañamente quietos, iluminados por un sol insolente. Pensaría en esa extraña sensación de libertad que tuvo mientras estaba encerrada en aquella buhardilla estrecha. Basta una cuartilla para esbozar un mundo. Algo similar hizo dos siglos antes Xavier de Maistre, que fue condenado a seis semanas de arresto domiciliario en su casa de Turín por participar en un duelo. En esos cuarenta y dos días escribió un breve libro, Viaje alrededor de mi cuarto: «Desde la última estrella situada más allá de la Vía Láctea, hasta los confines del Universo, hasta las puertas del caos, he aquí el vasto campo por donde paseo a lo largo y ancho, y con toda tranquilidad, pues carezco por igual de tiempo y de espacio». Lástima que, cuando dejó de mirar por las rendijas y se giró, en aquel vagón atestado de miedo y de gente no hubiera un sitio donde sentarse a escribir unos versos.