El independentismo tampoco tiene su Torcuato
Ya se enteraron los independentistas de que nunca los había guiado un libertador como Washington, cuando se supo que el Mount Vernon de Pujol había sido alguna sucursal bancaria andorrana. Se resignaron a que no los abanderaría un Bolívar, cuando escucharon a Mas achantarse en cuanto pisó el Tribunal de Justicia de Cataluña y negó que hubiera dado instrucciones de organizar una consulta, intentando ocultar su cobardía asumiendo la «responsabilidad política», que bien sabía no era el objeto del juicio. Y a Puigdemont se lo ve de lejos que no es Gandhi.
Ya se enteraron los independentistas de que nunca los había guiado un libertador como Washington, cuando se supo que el Mount Vernon de Pujol había sido alguna sucursal bancaria andorrana. Se resignaron a que no los abanderaría un Bolívar, cuando escucharon a Mas achantarse en cuanto pisó el Tribunal de Justicia de Cataluña y negó que hubiera dado instrucciones de organizar una consulta, intentando ocultar su cobardía asumiendo la «responsabilidad política», que bien sabía no era el objeto del juicio. Y a Puigdemont se lo ve de lejos que no es Gandhi.
Así que en su huida hacia delante han creído los cabecillas independentistas que podrían «de la ley a la ley a través de la ley» llegar a la desconexión, y andan perpetrando un cambio de su reglamento parlamentario donde sin debate, sin publicidad, en medio de una sesión cualquiera, unos diputados propondrán la ley de desconexión, se votará en lectura única, tendrá inmediata vigencia y se convocará el referéndum con plazos exiguos. ¿Cómo sería la escena? Discusión -pongamos- de una ley sobre la cría porcina, cuando se llega al artículo 10 en lugar de establecer el tamaño de los corrales, se presentaría una transaccional introduciendo las «estructuras de país» imprescindibles para la transición (sic) a la república catalana, los ujieres repartirían fotocopias por las bancadas, voto a la totalidad del texto y Forcadell proclamaría emocionada que se aprueba la ley de cría porcina y de desconexión del estado español.
Descartada la vergüenza ajena, casi sería para alegrarse de que tan poca valentía y tanta chapuza resultará en que se descuelguen algunos de quienes los han apoyado en los últimos tiempos ilusionados por promesas como la de un debate constituyente. Pero sería olvidar que, aunque desde fuera parezca que son aspavientos de quienes se ven derrotados, muchos catalanes lo tienen que sufrir cada día como un clima de deslealtad con las instituciones y los ciudadanos rayano con el totalitarismo. Y es preciso denunciarlo -en los medios y en los tribunales- para que tengan claro que nunca los dejaremos solos.