THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Por un beso

El jueves de la pasada semana fue el Día Internacional del Beso. Aunque mantengamos, firmes en nuestra sospecha sobre el mundo de hoy, que esto de los días internacionales es un santoral laico repleto de cursiladas, acaso demasiado ingenuas, por tanto prescindibles, este día en concreto levanta ternura y debilidades a los que somos esquivos y distantes. No obstante, besos en la historia los ha habido de todo tipo y condición. No hay que irse demasiado lejos. Esta pasada semana tuvimos un ejemplo: el beso de Judas. Beso de traidor. De una traición que, para la historia de la humanidad, cambió el curso de todo lo que estaba por venir. ¿Qué hubiese sido del humanismo y de la dignidad de la persona, del concepto del ser del individuo –en hombres y en dioses- sin ese beso del amigo fariseo y vendido por treinta monedas? Y es que los besos son eso, perdón por el ripio: revoluciones, cambios, transformaciones, ¡terremotos emocionales!, si nos dejamos llevar por ese horror llamado sentimentalidad.

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Por un beso

El jueves de la pasada semana fue el Día Internacional del Beso. Aunque mantengamos, firmes en nuestra sospecha sobre el mundo de hoy, que esto de los días internacionales es un santoral laico repleto de cursiladas, acaso demasiado ingenuas, por tanto prescindibles, este día en concreto levanta ternura y debilidades a los que somos esquivos y distantes. No obstante, besos en la historia los ha habido de todo tipo y condición. No hay que irse demasiado lejos. Esta pasada semana tuvimos un ejemplo: el beso de Judas. Beso de traidor. De una traición que, para la historia de la humanidad, cambió el curso de todo lo que estaba por venir. ¿Qué hubiese sido del humanismo y de la dignidad de la persona, del concepto del ser del individuo –en hombres y en dioses- sin ese beso del amigo fariseo y vendido por treinta monedas? Y es que los besos son eso, perdón por el ripio: revoluciones, cambios, transformaciones, ¡terremotos emocionales!, si nos dejamos llevar por ese horror llamado sentimentalidad.

Hay besos que han trastocado los planes de la historia, de la historia oficial y de la historia personal, de la historia colectiva y de la historia de cada individuo, de la historia de los manuales y las academias y de la historia de los olvidados, que es la única que importa. Y sobre ellos se han construido novelas, y propósitos, y familias, y recuerdos. ¿Quién olvida el primero? Ese beso que nos lleva de la mano a la pubertad por el camino de los instintos y de las sensaciones, binomio que nos ayuda a dar el primer paso a la madurez, y a decir hasta luego a la infancia. Y ya nada será lo mismo, empezando por nosotros.

Un beso nos recibe en el mundo y, probablemente, un beso nos despida. La primera y última palabra de lo que todo dice sin decir nada. Aquí en el ahora y allí en el siempre. Aquí en el escritorio y allí en donde cada uno imagina: un metro de Londres, una playa de Dubái, una granja perdida en cualquier poblado de Australia, qué se yo. Día Internacional de Beso solo hay uno, me temo. Sin embargo, procuraremos marcarlo a diario en el almanaque.

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