La izquierda colaboracionista
La era de la posverdad es un tiempo dominado por el relativismo. Ya no hay una realidad material, asible, contrastable; solo puntos de vista, voluntades, hechos alternativos. En un mundo en el que la objetividad no existe, todo es relativo. También las distancias. Así, puedo decir que la virtud se encuentra en un punto intermedio entre Hillary Clinton y Donald Trump. O que la elección óptima está tan apartada de quien cuestiona el Holocausto como de quien trabajó en un banco. Situarse en la mediatriz que separa a Macron y Le Pen es algo así como proclamar que tan lejos nos queda Cuenca como Bandar Seri Begawan. Siempre quise escribir Bandar Seri Begawan.
La era de la posverdad es un tiempo dominado por el relativismo. Ya no hay una realidad material, asible, contrastable; solo puntos de vista, voluntades, hechos alternativos. En un mundo en el que la objetividad no existe, todo es relativo. También las distancias. Así, puedo decir que la virtud se encuentra en un punto intermedio entre Hillary Clinton y Donald Trump. O que la elección óptima está tan apartada de quien cuestiona el Holocausto como de quien trabajó en un banco. Situarse en la mediatriz que separa a Macron y Le Pen es algo así como proclamar que tan lejos nos queda Cuenca como Bandar Seri Begawan. Siempre quise escribir Bandar Seri Begawan.
Una parte no desdeñable de quienes se identifican con la izquierda que desafía a la socialdemocracia, bien desde el discurso decimonónico de los viejos comunistas, bien desde el discurso decimonónico de la nueva hornada antiestablishment, se siente cómoda jugando a lo largo de esa recta: quiere ser el tercer vértice de un triángulo de amor bizarro, sin importarle que la realidad tozuda se empeñe en presentar dos únicas opciones.
En las últimas semanas, representantes poscomunistas, populistas y nacionalistas autoproclamados de izquierdas han sido incapaces de pedir con rotundidad el voto para un candidato progresista, liberal y proveniente de la socialdemocracia. Una dificultad que no es sencilla de justificar, habida cuenta de que su contrincante tiene un mensaje y un programa xenófobos, proteccionistas y nativistas.
Aseguran que tan importante es combatir el fascismo que representa Le Pen como detener el capitalismo monstruoso que ha encumbrado a Macron. Son la izquierda colaboracionista, a la que cabrá responsabilizar si retornan a Europa las ideas y las políticas más perniciosas del siglo XX. A aquel fascismo primero lo combatieron cientos de miles de muchachos sonrientes. Muchos se dejaron la vida en el esfuerzo. Hoy, que las balas son papeletas y la trincheras son urnas de cartón, hay quien no está dispuesto a arriesgar el tipo ni siquiera dentro de ese campo de batalla cabal que es un colegio electoral.