Miren al aparato
Hace apenas un mes, el socialista francés Benoît Hamon, tras constatar los resultados de la primera vuelta de las presidenciales que le dejaban fuera de la contienda, y sabedor de la postrera dicotomía Macron o Le Pen, pronunció algo importante: «Hago una distinción total entre un adversario político y una enemiga de la República». Jean-Luc Mélenchon fue incapaz de decir algo parecido y enmudeció, como lo hicieron también, en España, los dirigentes de Podemos.
Hace apenas un mes, el socialista francés Benoît Hamon, tras constatar los resultados de la primera vuelta de las presidenciales que le dejaban fuera de la contienda, y sabedor de la postrera dicotomía Macron o Le Pen, pronunció algo importante: «Hago una distinción total entre un adversario político y una enemiga de la República». Jean-Luc Mélenchon fue incapaz de decir algo parecido y enmudeció, como lo hicieron también, en España, los dirigentes de Podemos.
No parece exagerado, a partir de esa disparidad de reacciones, establecer cuál es la diferencia entre un demócrata de izquierdas y un descreído de los valores republicanos. Nunca sabremos si el socialismo francés se hubiese expresado en los mismos términos ante la disyuntiva de Mélenchon y cualquier otro candidato alejado del populismo xenófobo de Le Pen. Sin embargo, es reconfortante, también para los que no nos consideramos socialistas, contar con una izquierda no excluyente en la construcción diaria de nuestro proyecto común.
Ayer los militantes del PSOE elegían al su secretario general en unas primarias sobre las que prácticamente el conjunto de los españoles tuvo el ojo puesto. Y es que, a pesar de los esfuerzos de los aspirantes a la Secretaría General por hacernos pensar lo contrario, el futuro de la –todavía- primera fuerza de izquierdas en nuestro país no es sólo una cuestión de caras. En su momento ‘outsider’, Pedro Sánchez ha obtenido una contundente victoria entre los militantes del partido después de haber sido defenestrado por el aparato.
Recordarán aquel Comité Federal. La obcecación de Sánchez de hacerse con la presidencia del Gobierno con los votos de Podemos y los partidos independentistas evidenció diferencias insalvables de proyecto. Las candidaturas alternativas a Pedro Sánchez, que sumaron cerca del 50% de los votos, representaban una contestación a los planes de Sánchez. Mas una contestación tardía. La victoria de anoche les sitúa en una segunda línea, pero los que hoy constituyen el ‘aparato’ no pusieron un solo pero a la retórica de consigna excluyente que Sánchez empleó en su última campaña electoral: echar al PP cueste lo que cueste.
Uno tiene la tentación de decir que hubiese sido halagüeño escuchar al ganador de las primarias, Sánchez, emular a su homólogo francés sentenciando que los enemigos de la democracia no son los que están a la derecha del PSOE sino los que quieren volar el marco de convivencia de todos los españoles, y que por ello utilizará las instituciones y el debate público para intentar ganar en las urnas a sus adversarios políticos. Pero, ¿acaso alguien entre los contendientes de Sánchez hubiera dicho algo así? El problema del PSOE es que de haber ganado quien dice tener ideas muy distintas hubiese proferido un discurso muy similar.
Y es que ya parece un poco tarde para esa pedagogía que, consigna tras consigna, pierden la oportunidad de llevar a cabo nuestros demócratas de izquierdas.