El árabe del futuro no pinta bien
Ando leyendo El árabe del futuro de Riad Sattouf, la novela gráfica que ganó en 2015 el premio a la mejor obra del año en el festival de Angulema (el equivalente del festival de Cannes en el terreno del cómic).
Ando leyendo El árabe del futuro de Riad Sattouf, la novela gráfica que ganó en 2015 el premio a la mejor obra del año en el festival de Angulema (el equivalente del festival de Cannes en el terreno del cómic). El libro narra la infancia del autor, hijo de sirio y francesa, a caballo de Francia, la Libia de Gadafi y la Siria de Hafez el-Asad entre 1978 y 1984.
Si no lo había leído hasta ahora era porque me tiraba para atrás su etiqueta de autobiográfico, que suele ser la excusa para que individuos con vidas anodinas y perfectamente intrascendentes se masturben frente al espejo hablando de ellos, de su mismidad y de su siempre desganada, victimista, resentida, rutinaria, derrotista y apática visión de la vida. La era del ego está matando la diversión y también nuestra capacidad de proyectarnos hacia objetivos ligeramente más elevados que nuestro siempre deslumbrante ombligo. Aunque ese es otro tema y ya han hablado de él aquí.
Pero el retrato que Sattouf hace de su padre y del mundo árabe no es precisamente anodino. De hecho, es fácil adivinar que la única razón por la que el libro no ha sido añadido a esa lista oficiosa de “libros incorrectos” a la que ya han sido condenados Tintín en el Congo, Lolita o Las aventuras de Huckleberry Finn es porque el autor tiene sangre sunita y eso le salva de la acusación de islamofobia.
Porque el Oriente Medio que describe el autor se parece más a un retablo deforme del Bosco que a la visión idealizada que se suele enseñar en las facultades españolas de Estudios Árabes. En la Libia socialista de Gadafi las casas, destartaladas y con goteras, son gratis porque pertenecen al “pueblo” pero las puertas no tienen cerradura y si sales a dar un paseo y a la vuelta te la encuentras ocupada por unos extraños lo único que puedes hacer es buscarte otra vacía o esperar a que los ocupantes de una que no lo esté salgan un minuto para instalarte tú en la suya. Los libios son conminados a leer el Libro Verde de Gadafi, un delirio analfabeto con el que los ciudadanos aprenden que “según los ginecólogos, las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen la regla todos los meses”. En los mercados de Siria la fruta se vende podrida y de mala gana, las ratas y la basura campan a sus anchas y las revistas francesas llegan censuradas burdamente con rotulador (un trabajo de chinos pues debe hacerse a mano y ejemplar a ejemplar).
Los musulmanes, tanto sunitas como chiitas, son retratados por Sattouf como seres al borde de la deficiencia mental o de la demencia y de comportamientos simiescos. Son atrozmente violentos, intolerantes, rústicos por no decir asilvestrados, profundamente ignorantes y mentirosos. Huelen a sudor, a mierda y a orín, defecan en la calle y son crueles hasta la barbarie con los animales (alguna página del libro resulta insoportable, como cuando un sirio decapita con una pala a un cachorro de perro que se ha separado de su madre después de que un grupo de niños lo haya empalado en una horca, apedreado, chutado como si fuera una pelota y lanzado al aire para ver cómo se estampaba contra el suelo). Las traiciones entre familiares están a la orden del día y su conocimiento del mundo exterior a sus sociedades endogámicas y oscurantistas es simplemente nulo.
El padre del autor, un “intelectual” inicialmente ateo pero progresivamente más y más beato, toma todas las decisiones de la familia y es racista, autoritario, antisemita y simpatizante del totalitarismo socialista panarabista a pesar de haber sido educado en Francia. Dibuja las ruedas de los coches cuadradas y monta en cólera cuando su hijo las dibuja redondas. Cuando la abuela del autor le visita se acurruca en su regazo y se chupa el dedo como si fuera un bebé. La madre de Sattouf es un elemento decorativo sin voluntad propia que sigue a su marido allí donde a este se le antoja (él suele mentirle a ella sobre sus verdaderas intenciones). Los insultos entre niños, probablemente los seres más repulsivos de un libro abarrotado de seres repulsivos, suelen ser variantes más o menos afortunadas del “me follo al padre de la madre de la puta de la madre de tu padre”.
Desconozco si el mundo árabe a pie de calle es tal y como lo retrata Sattouf y no sé hasta qué punto la visión del autor es representativa de la realidad actual de Oriente Medio. Lo que sí sé es que he leído muchas de las críticas y de las entrevistas que se le han hecho a Sattouf en España y en ninguna se menciona nada de lo que yo he descrito aquí. Es decir el verdadero contenido del libro.
Recomiendo que se hagan con una copia y le dediquen una lectura reposada. Nadie que lo lea puede salir indiferente de este aquelarre con forma de libro.